Distancia Focal: 28. Futuros

 


Arranco la marcha con Gaia pegada a mis talones, pero antes de que pueda alejarme mucho, me choco contra un cuerpo.

—Perdone, no lo he vis…

Me quedo petrificada al ver que se trata de Luque. Lo peor de todo es que sigo pegada a él y cuando el olor de su colonia llega a mis fosas nasales lo recibo con ganas, inspirando con profundidad.

Los ojos de Elio me contemplan con diversión y su sonrisa me hechiza. Recorro con la mirada la forma de sus labios y recuerdo con tedioso detalle lo suaves que son y lo que es sentirlos contra mi boca.

—Hostia, Jimena, me he comido tu gorro. ¿Se puede saber por qué has pegado ese frenazo? —protesta Gaia, sacándome de mi ensimismamiento—. Oh, hola —dice al ver a Luque—. Perdona a mi amiga, hace unos días tuvo un accidente y se ha quedado un poco más boba de lo que suele ser.

Da un paso hacia delante y adopta una pose sensual y estudiada.

—Lo sé, me salvó de un buen golpetazo —responde él.

Gaia ahoga un chillido de emoción.

—No puede ser, ¿tú eres el capullo?

—¿El capu… llo? —repite él con cuidado dirigiéndome un vistazo que me hace toser.

—Joder, sí que estás bueno, sí. Ahora entiendo muchas cosas.

—¡Gaia! —la reprendo.

La escena debe ser divertidísima para el chico porque atrapa su labio inferior con los dientes para no soltar una carcajada. Maldición. ¡Que pare de hacer cosas con la boca!

—Así que la pelirroja te ha hablado de mí —trata de sonsacarle.

—Eres un tema recurrente en nuestras conversaciones, principalmente te insulta, pero…

—¡Basta! —la corto. Inclino la cabeza hacia el lateral y trato de ver si Emma sigue en el mismo punto que antes con su acompañante. No obstante, ya no hay nadie, los hemos perdido—. Estupendo, ya no están.

Elio gira sobre sus talones y trata de echar un vistazo entre la marabunta de gente.

—¿Quién?

—Una de sus amigas de la universidad que parece que tiene un novio secreto —le suelta Gaia como si nada.

—Joder, G, como para contarte secretos de estado.

—Eh, si no se dice el nombre del pecador, no pasa nada. Él no puede saber de quién estoy hablando.

—Teniendo en cuenta que Lola es lesbiana, estabais espiando a Emma —confirma él.

—Espera, ¿qué? —respondo extrañada—. ¿Lola es lesbiana?

—Claro —dice él—. A ver, tampoco es que tenga que ir anunciándolo a bombo y platillo, tú no vas gritando tu orientación sexual, ¿no? Ay, madrileña, qué feo pensar que todo el mundo debe ser ABC sí o sí.

—¿Qué? No es eso, es solo que… —Trato de buscar las palabras, pero al no encontrarlas, simplemente lo ataco—. ¿Se puede saber qué haces aquí?

—Tomarme una cerveza con mis amigos.

En ese instante Alex aparece por detrás de Elio.

—Madre mía con Málaga… —susurra Gaia a mis espaldas—. ¿Qué le dan a esta gente de comer para que estén todos tan buenos?

—G, por favor… —murmullo como respuesta.

—¿Se puede saber dónde estabas? Dices que vas a por otra ronda y desapareces, pensábamos que… Ah, Jimena —replica al verme.

El chico le lanza una mirada interrogativa a Luque.

—Estaba en la barra, pero me ha parecido ver a Jimena y…

Luque se queda callado y aprovecho la ocasión.

—Así que has salido al ver que estaba aquí —lo reto.

Sé que Alex y Gaia no nos quitan el ojo de encima, bueno puede que mi amiga de vez en cuando lo desvíe hacia el hermano de Ainara, pero tenemos su atención y soy muy consciente de esta especie de tensión que se acrecienta segundo a segundo que paso pegada a Luque; porque esa es otra, no nos hemos separado ni un milímetro desde que me he chocado con él, permanecemos a apenas unos veinte centímetros el uno del otro.

—Tampoco es que haya salido por ti, es solo que me ha parecido verte y después de… —Elio duda y mira de soslayo a nuestros dos espectadores—. Después de no verte durante estos días solo quería ver qué tal te encontrabas.

Mis pulsaciones se aceleran y noto mi boca seca. Él baja la mirada hacia mi mano. Es la única parte que puede verse con la escayola.

—Estoy perfectamente —contesto tirante.

—¡Serás mentirosa! Lleva desde que yo he llegado con insomnio y cada dos por tres se está intentando arrancar trocitos de yeso. Es una pésima enferma —se chiva mi mejor amiga.

—¿Insomnio? ¿Tanto te duele? —Elio arruga la frente e inclina la cabeza en un intento por vislumbrar en mi rostro ese malestar.

—El insomnio no es por el brazo, es por Julia —digo en dirección a Gaia, ignorando la preocupación de Luque.

—¿Julia? ¿Le ha pasado algo a tu hermana?

—¿Ahora te preocupas por ella? Si siempre que la tienes delante eres un borde y un seco —le recrimino. Él aprieta la mandíbula.

Alex y Gaia dan un pequeño paso hacia atrás.

—Eso no es verdad, las dos últimas veces que la he visto, tanto en el hospital como en la asociación he sido amable —se defiende él, que cruza los brazos sobre el pecho.

—Oh, sí, una interacción de menos de cinco minutos en la que has conseguido no soltarle alguna bordería. —Aprieto los ojos y se lo suelto sin muchos miramientos—. Mi hermana se ha ido a Londres con mi madre.

—¿Cómo? —inquiere confundido.

—Que se ha ido a Londres, que no está en España ni va a estarlo en una temporada.

El cóctel de emociones que refleja su rostro me hace analizarlo con detenimiento. Creo ver la sorpresa, la culpa y, por último, la calma, como si se hubiese quitado un gran peso de encima. Aprovecho que una señora pasa por nuestro lado para alejarme de él, su última reacción me ha puesto de mal humor, aunque no entiendo por qué.

—¿Se puede saber qué hacéis aquí fuera? Nos habéis dejado a Ainara y a mí plantados como un par de gilipollas dentro. Anda, Jimena, hola.

Aparecen Biel y Ainara. El catalán se centra en Elio, mientras que Ainara se comunica con su hermano a través de miradas.

—Bueno, yo soy Gaia.

Ni corta ni perezosa, decide que es el momento para dar dos besos a todo el mundo, aunque no se me escapa que con Alex es mucho más lenta y apoya sus labios por entero en las mejillas del chico.

—Encantada —contesta Ainara, que sonríe al ver el desparpajo de mi amiga.

—Entonces, ¿qué hacéis en mitad de la calle? —insiste Biel.

—Resulta que Elio ha salido para ver cómo está Jimena —explica Alex. El tono en su voz me alerta de algo y entre los cuatro amigos juegan a intercambiar gestos y miradas.

—Ah, ya veo. —El rubio sonríe con superioridad y apoya una de sus manos en el hombro de su amigo—. Ahora que lo pienso, Elio, no has tenido ningún detalle con Jimena después de que te salvase de ser aplastado por el puesto del mercadillo.

—Tanto como morir aplastado no creo que…

—Sí, Jimena, pudo morir aplastado y tú lo salvaste. Te debe una muy gorda, ¿qué te parece si te invitamos a cenar?

—Uy, eso suena estupendo —responde Gaia, dándose por incluida en el plan.

—No hace falta, además nosotras teníamos pensado cenar en cualquier sitio por ahí mientras le enseño a G la ciudad.

—Pues con más razón, ¿qué mejor que un grupo de auténticos malagueños enseñándoos esto?

—Tú eres catalán —apunta Ainara.

—Criado aquí, te recuerdo. Lo mejor de los dos mundos, catalán y andaluz.

—Bueno, ¿a dónde nos vais a llevar? —replica Gaia.

 

***

 

Es acojonante que hayamos terminado todos en uno de nuestros sitios favoritos comiendo raciones y bebiendo cerveza como si no hubiese un mañana, bueno, todos menos Jimena, que como está con la medicación a causa de la fisura, prefiere pasar del alcohol.

—Esta chica es alucinante, sería capaz de hacerse amiga hasta de una piedra —la escucho murmurar para su cuello.

Se refiere a su amiga Gaia que ha hecho muy buenas migas con Alex, Ainara y Biel y entre los tres no paran de hacer juegos con la comida y bebida.

—Bueno, está disfrutando de la calidez malagueña.

—Sí, la misma que a ti te faltó la primera vez que nos vimos.

Como estamos sentados uno al lado del otro, al voltear su rostro hacia mí su nariz roza la mía con ímpetu. Me río, pero no me aparto, es ella quien pone distancia.

—Sigo manteniendo que fue tu culpa.

—Oh, sí, claro. Todo es mi culpa.

—La mayor parte de las veces —rebato—. No he sido yo quien ha tomado la delantera con los besos. Si no recuerdo mal, van tres y en ellos has dado tú el paso.

El rubor que tiñe por entero su cara me enternece. Puede que el alcohol me haga aún más lanzado de lo que ya de por sí soy.

—Oh, por favor… no han sido, no han sido tres.

—La playa con su placaje, el hospital y el almacén —enumero seguro.

Observo cómo traga saliva.

—Los dos primeros no cuentan y lo que pasó en el almacén fue… Yo… Es que… —trata de explicarse, pero percibo cómo su cuerpo se inclina hacia delante cuando la sonrío y sé que a Jimena le gusto. No se trata de ser un creído, es que es evidente. Lo que no soy es idiota y sé muy bien cuando a una chica le parezco atractivo y a ella le pasa.

Jimena parpadea despacio. El castaño de sus ojos es un fino círculo, sus pupilas están tan dilatadas que puedo verme en ellas.

—Que no puedes resistirte a mis encantos, lo sé, les pasa a todas.

—Odio que hagas eso.

—¿El qué?

—Que todo te lo lleves a eso.

—¿A la atracción que claramente sientes por mí?

Sé que he cruzado la raya y su gemido de fastidio lo corrobora.

—Voy a salir a tomar un poco el aire.

Me arrepiento automáticamente de lo que he dicho. Soy idiota. Ella sale fuera y cinco segundos más tarde, yo voy detrás.

—Jimena, espera —la llamo.

—¿No puedo tener cinco minutos sin tu ego llenándolo todo a mi alrededor? —me ataca sin piedad.

—Vale, a lo mejor me paso de capullo a veces. Aparentemente muchas si es por lo que me conoce Gaia.

—Y por lo que se comenta de ti… —murmura.

—¿Lo que se comenta? ¿Quién comenta sobre mí? —El pinchazo en el pecho me hace sospechar, aunque no digo su nombre.

—Nadie, déjalo, tú solito te creas una reputación de diez.

La estoy cagando y me jode mucho, por lo que dejo de lado mi fachada de chulo de mierda y relajo mi postura.

—Lo siento, después de lo que hiciste por mí yo he seguido chinchándote y con esta cena supuestamente iba a darte las gracias y solo he conseguido que te enfades. —Jimena apoya su espalda en la pared y yo decido colocarme a su lado, pero con distancia, no quiero agobiarla más.

—¿Y ahora qué? ¿Vas a ir de niño bueno? Ambos sabemos que no lo eres.

—Tienes una versión de cómo soy que no se corresponde con la realidad —me defiendo.

—¿No? Venga, Luque, desde que llegué a Málaga has estado yendo a por mí con una tras otra.

—Y tú a por mí. Además, se te olvida que también he estado cuando me has necesitado: la policía, las papeletas…

—Contigo siempre es una de cal y otra de arena.

Son las mismas palabras que dijo en el hospital y, esta vez, me afecta mucho más que aquella tarde.

—Vale, perdón —replico serio.

—¿Por qué?

—Por ser un capullo.

La pelirroja ríe.

—Te encanta ser un capullo.

—No es verdad, la mayor parte del tiempo no lo soy, pero contigo…

—¿Conmigo? —insiste.

—Contigo me sale solo porque… —confieso sin mirarla. Alzo la cabeza hacia el cielo y relajo los hombros—. Disfruto cuando veo ese fuego en tus ojos, ese carácter que tienes es digno de admirar.

Se mantiene callada y yo no tengo los huevos de mirarla, por lo que el silencio se llena con el ruido que se escapa por la ventana y la puerta del restaurante.

—¿Sabes que puedes admirar mi carácter sin sacarme de quicio? Podríamos tener una, aunque sea una, conversación normal.

—Hemos tenido conversaciones normales —digo volteándome para enfrentarla.

—¿En serio? Dime cual.

Trato de pensar en algún momento, pero me quedo en blanco. Mierda.

—Vale, pues tengámosla.

—¿Y sobre qué quieres hablar?

Alza el mentón y apoya el lateral de su cuerpo en la pared.

—¿Por qué estudias filología?

Es lo primero que me sale, pero también debo admitir que me gustaría saber sus razones. Puede parecer una tontería, pero saber los motivos que empujan a una persona a estudiar una cosa u otra, te da mucha información sobre cómo son. Y yo quiero saber cómo es ella.

—¿En serio te interesa?

—Si no me interesara, no lo habría preguntado.

Jimena sigue sin fiarse de mis intenciones y entrecierra mucho los ojos, casi como si estuviese intentando meterse en mi cabeza para ver si lo que le digo es verdad o no.

—Está bien. Me metí en filología porque mi sueño es utilizar el castellano como vehículo para viajar por el mundo.

—Así que viajar.

—Sí, viajar. Pasar temporadas en distintos países enseñando castellano y a la vez aprender el idioma y costumbres locales. De pequeña me obsesioné con las novelas de viajes gracias a que mi hermana me leía a El pirata Garrapata y quería ser como él. Vivir mil aventuras locas e ir de un lado para otro. Luego siguieron otro tipo de novelas sobre viajes y busqué un modo en el que poder unir esas dos cosas: mi amor por nuestro idioma y la posibilidad de encontrar nuevos lugares a través de ella.

—Lo de ser un culo inquieto te viene desde pequeña —la reto.

—Mira quién habló —se defiende. Nos reímos y, si bien es un instante muy distinto a los que he compartido con ella hasta ahora, lo disfruto, joder, lo disfruto mucho—. ¿Y tú? ¿Cómo llegaste a ser un empollón de la filología?

—Gracias a mi madre. De siempre le ha encantado escribir, pero le ha dado mucha vergüenza que otros pudiesen leerla. Me di cuenta de que lo que necesitaba era a alguien que la guiase y eso hice. Al final fue ella quien me convenció para que me metiese en la universidad, empecé a estudiar filología y me di cuenta de que lo que quería hacer era editar libros.

—Vaya, así que quieres que se escuchen las voces del resto —resume ella.

—Dicho así suena demasiado serio e importante —respondo con una risa nerviosa.

—Creo que es lo que debe hacer un buen editor. Encontrar a quienes sean capaces de dar voz al resto.

—Bueno, para mí es algo mucho más simple: compartir una historia. La mayor parte de la gente se olvida de que las cosas más simples son las que nos unen y me gustaría recordárselo.

—¿Las más simples?

—La familia, el dolor, la amistad, la esperanza, el amor… —Nos miramos—. Los sentimientos que a la vez resultan más difíciles de explicar, son los que buscamos página tras página. Queremos saber que no somos los únicos en el mundo que pasamos por ello, que hay alguien a quien también rompieron el corazón o que se siente tan estúpido como nosotros cuando al fin se enamora y tiene ese hormigueo en la punta de los dedos al tocar a la otra persona; o cuando la tiene delante y no puede apartar los ojos de los suyos.

Ya no hay ruidos. No hay gente. He dejado de sentir la pared que me sostiene porque el rostro iluminado de amarillos de Jimena lo es todo. Joder. Me permito dar una bocanada de aire y mi cuerpo se deja caer hacia delante para juntar nuestras cabezas.

Pero, entonces…