Distancia Focal: Capítulo 10. Peligro

 


Podría mentir y decir que esta semana no ha sido una montaña rusa, pero mentiría. Desde que el lunes lo vi aparecer por la puerta, cada minuto que he pasado sentada delante de él ha sido una pequeña tortura. Parte de la culpa la tiene su maldita colonia, esos toques tan potentes de bergamota y vainilla que combinan notas amaderadas y que me hacen pensar en una noche de adrenalina corriendo por las calles de Málaga cogida de su mano.

Sé que el picor de mi nuca lo produce su mirada clavada en mi cuello descubierto, y yo solo puedo pensar en que el fin de semana pasado estuvimos a punto de besarnos. Y en él de rodillas pasándome las llaves.

Algo me da en la espalda, decido ignorarlo, pero dos minutos después, ahí vuelve a estar el roce. Al tercero, me giro. Él solo me observa.

—¿Puedes dejar de darme golpecitos? —me quejo entre dientes.

—Ha sido solo una caricia —se defiende.

—Me da igual lo que sea, pégate más el cuaderno.

Nos sostenemos la mirada y, por mucho que intento mantener los ojos en los suyos, me traiciono a mí misma y bajo a sus labios. ¿Pero qué me pasa? Lo del otro día solo fue un maldito momento de confusión por culpa de las emociones de la noche y de aquel maldito subidón de adrenalina. Un subidón de soberana estupidez al casi perder los papeles y besar a este tipo arrogante.

Sus labios se tensan en una sonrisa triunfante y yo regreso la vista una última vez a sus ojos antes de ignorarlo. Lleva así toda la condenada semana. Tocándome las narices para hacerme saltar y yo soy demasiado reactiva como para no caer en su trampa.

Cierro los ojos y suspiro. Me está costando mucho concentrarme en lo que dice Doña Claudia. La verdad es que mi relación con la profesora no ha ido a mejor, porque al contrario de lo que hace el resto de mis compañeros con su ver, oír y callar, yo no me corto y rebato.

Reconecto con su discurso en un instante en el que, con voz insolente, recalca la necesidad de separar la obra del autor y de apreciar de manera objetiva el arte que se reproduce.

—Pero eso sería de ignorantes —comento interrumpiéndola.

Doña Claudia aprieta los dientes y veo cómo las aletas de su nariz se abren y tensan.

—Señorita Miró…

—Lo que quiero decir es que es vital conocer la vida de alguien que dedica su vida al arte para poder entender lo que produce.

—No está teniendo en cuenta que muchos autores lo hacen por necesidad y mandato.

—Con más razón —sigo insistiendo en mi teoría—. ¿Por qué alguien se ve obligado a crear por otro? ¿Qué impulsa a un artista a encontrar las musas y los musos? ¿Qué parte de su vida deja en una obra? ¿A quién dedica…?

—Señorita Miró, si quiere cotilleos sobre la gente que escribió la poesía del siglo XX en este país se ha equivocado de carrera. Eso se lo dejamos a los de periodismo.

Frunzo el ceño, enfurecida por su corta entendedera.

—No son cotilleos. Es entender que, si el contexto histórico es fundamental en la creación, como bien nos ha explicado, el personal lo es aún más. Por ejemplo, no se puede desdeñar que la homosexualidad de Federico García Lorca fue clave en su vida y en su obra, en su capacidad para extraer de dentro todo lo que la sociedad le obligaba a ocultar. Si…

—¿Me está diciendo que el genio de Lorca se debe a su homosexualidad? —replica ella con una carcajada hueca. ¿Cómo puede alguien tan iletrada ser maestra?

—Ni mucho menos. Pero sí que se debe entender que la situación del autor con su sexualidad le hizo enfrentarse al arte como su refugio, como su vía de escape. Igual que ha pasado con otros autores o autoras que no encajaban dentro de la norma. Es a través de su imaginación y creación que han podido ser libres.

Los murmullos empiezan a hacerse cada vez más notorios en la clase y sé que estoy jugando con fuego. Doña Claudia cruza los brazos delante del pecho y me contempla entrecerrando los ojos.

—Jimena tiene razón —me apoya Emma, cuya cara veo que está roja al girarme—. No solo eso, sino que podríamos haber disfrutado mucho más de él si no hubiese sido asesinado justo por su orientación sexual.

—También es innegable el hecho de que su obra se nutrió de la de Dalí y la del artista catalán de la de Lorca, fue su relación la que…

—Señor Luque, eso son solo conjeturas. No hay pruebas de que ambos estuviesen en ningún tipo de relación afectiva —contradice nuestra profesora.

Doy la espalda a la profesora para contemplar a Elio que, con una mueca de fastidio, no se deja callar por la profesora. Hecho que debo admitir, me hace elevar las comisuras de mi boca. En especial cuando sigue batallando contra ella.

—No, porque la historia tiende a calificar toda relación no heterosexual como una profunda amistad —contesta él con fastidio—. Se invisibiliza a…

—Miren, se acabó. No pienso permitir que transformen mi clase de poesía en un debate sobre el género. Si eso es lo que buscan, este no es el sitio.

No da tiempo a más, porque el timbre suena y la clase acaba. Eso no impide que nuestra profesora nos lance una última mirada reprobatoria a todos.

—Jimena, ¿te vienes? —me pregunta Lola. Estoy a mitad de guardar todo en mi mochila—. Emma y yo vamos a ir a una cafetería que han abierto nueva a las afueras del campus.

—Esta mañana me he pasado por delante y tenían unos bollitos de canela que tenían una pinta increíble —anima Emma.

—Primero tengo que pasarme por la biblioteca para pillar un libro para el trabajo que nos ha mandado Doña Claudia. El otro día se me pasó cogerlo y me va a pillar el toro.

—Yo aún ni lo he empezado, pero eso es problema de la Lola del futuro.

—Lola…

—¿Qué? Ya sé que tú lo hiciste hace una semana. No todas somos tan eficaces y perfectas como tú, querida Emmita.

Mi compañera se ríe, pero veo que está orgullosa con las palabras que le ha dedicado su amiga. Emma es, de verdad, una chica increíblemente trabajadora. Lleva todo al día con una asombrosa facilidad.

—Te vemos en la cafetería. Ahora te mando la ubicación —me dice mi compañera agitando su corta melena negra.

—No tardes o me comeré todo lo que pidamos —advierte Lola.

Me adelanto y con paso ligero llego hasta la biblioteca. Empieza a notarse una mayor afluencia de alumnos, lo que me obliga a toparme con varios de ellos en mi subida por las escaleras e incluso a chocar con un par.

Ahora que ya he pasado más tardes aquí encerrada, se me hace más fácil saber dónde está cada cosa, aunque sigue siendo toda una aventura la de localizar algunos de los volúmenes.

—La chica que no responde a mis mensajes.

Ginés me sorprende ojeando un par de libros en la sección de poesía.

—El chico que me dejó plantada cuando llegó la policía —lo acuso cuando me recupero de su interrupción.

Sus hombros caen y veo que se avergüenza de lo que pasó el otro día.

—Si hubieses visto mis mensajes, sabrías que te preguntaba dónde estabas y si estabas bien. He intentado dar contigo, pero me has ignorado.

No he estado huyendo de él, lo he hecho de Luque, pero supongo que al final me he hecho ilocalizable para todo el mundo.

—Ya… —digo seca.

—Siento muchísimo lo que pasó en el botellón. Mis amigos me agarraron y para cuando quise darme cuenta estábamos tan lejos que me impidieron volver a por ti. Pero, por lo que veo, lograste escapar de los polis.

—Me crucé con Luque y fue él quien me ayudó —respondo ardida—. También me acompañó a casa. Si no llega a ser por él, ahora mismo tendría una multa a mi nombre.

Su mueca se transforma y veo cómo su rostro se congela. Es un cóctel de emociones que me cuesta descifrar.

—¿Luque? ¿Elio Luque? —pronuncia su nombre bajito, como si fuese un secreto. Eso solo hace que mi curiosidad aumente y que la conversación que tuve con las chicas en la playa vuelva a mí.

—Sí. —Los ojos de Ginés se vuelven tormentosos, adoptan un gris oscuro y su sonrisa se apaga—. ¿Te acompañó a casa?

—Sí. Fue… —me quiero resistir, pero al final lo admito—. Fue bastante amable.

—Jimena…

—¿Qué?

—Ya te dije que no me gusta hablar mal de la gente.

—¿Pero?

—Pero debes tener cuidado con Elio.

—Si no me dices lo que pasa, si me mantienes en las sombras…

—Tú solo aléjate de él.

Se entristece y muestra abatido.

—Pero...

—Solo hazme caso. Elio puede llegar a ser peligroso.

—¿Peligroso? —cuestiono con una risilla.

Nunca me ha dado esa sensación. Sí, me saca de mis casillas y es un estúpido creído, pero… ¿peligroso?

—Será mejor que me marche. —Le entran las prisas y se aleja de mí—. Aunque ha sido un placer ver que estabas bien.

—Espera, Ginés, dime…

Mis palabras no reciben respuesta. Él sigue su camino y me quedo inquieta, con una mala sensación en el cuerpo. ¿De verdad debo tener cuidado con Elio?

 

***

 

—Te juro que no entiendo por qué habéis decidido esta especie de doble cita —me quejo a mi hermana.

Estamos andando de camino al punto de encuentro con su medio novio y… su hermano.

—Venga, Mena, será divertido.

—Es que necesito que me expliquéis por qué nos queréis a nosotros en medio. Habéis tenido otras citas.

—No son citas —reclama Julia—. Son quedadas.

—¿Aún no os habéis besado? —Su silencio me lo dice todo—. Julia…

Vaya par están hechos. De hoy no pasa que se besen. Pienso asegurarme de ello.

—¡Ahí está! —dice feliz.

A lo lejos puedo comprobar que el chico que recogió a mi hermana el otro día agita la mano. Una vez a su altura, Julia nos presenta.

—Mateo, esta es mi hermana, Jimena.

—Encantado.

Me da un par de besos y me cercioro de que mi vista el otro día no me traicionó, es realmente guapo.

—¿Y tu hermano? —pregunta Julia.

—Está en la tienda comprando unas botellas de agua para todos.

Me volteo para ver en ese mismo instante a Luque salir cargado con cuatro botellitas entre sus manos.

—Ni de puta coña.

—¡Mena! —me riñe mi hermana.

—No me jodas.

—¡Elio! —lo regaña su hermano.

—¿Eres el hermano?

—¿Y tú la hermana?

—Un momento… ¿os conocéis? —inquiere Mateo.

—Es la madrileña.

—¿La que te tiró el café encima?

—¿Le tiraste un café encima? —reclama Julia, apurada.

—Se me cayó —me defiendo.

Se hace el silencio. El más incómodo que he vivido en mi vida. ¿Voy a tener que pasar todo el día con Luque? No…

¡NO!

No llevo toda la semana huyendo para ahora irme de excursión con él.

—Bueno… ¿Qué os parece si…?

Estar con este tío es lo que menos quiero en el mundo, pero cuando observo la cara de desconsuelo de Julia, aparco mi animadversión a un lado. Todo por ella.

—¿Montamos en el coche? —propongo.

—Claro —anima Elio. El centelleo que veo en sus ojos me pone en guardia.

Nos subimos al vehículo y dejamos que la música de la radio llene el espacio. Los diez primeros minutos seguimos callados. Elio me lanza miraditas cada dos por tres, sin embargo, yo me centro en Mateo y Julia.

Intercambian un par de comentarios sobre la última canción de moda y sus dedos se rozan ligeramente al ir los dos a subir el volumen.

—Mateo, cambia de canción, esta es horrible.

—A mí me gusta —peleo con Luque.

—Es una canción estúpida.

—Entonces debería gustarte.

—Podemos poner otra —se ofrece mi hermana, que aprovecha para girarse y lanzarme una advertencia.

Poco a poco la tensión disminuye en el coche, aunque me percato de lo criticón que es Elio con todo lo que dice Julia. ¿Qué demonios le pasa? Entre nosotros las cosas pueden ser tirantes, pero Julia es un sol.

Tras la casi hora que pasamos en el vehículo, estirar las piernas en Frigiliana me llena de energía y me aleja del enfado que Luque ha ido gestando en mi interior con sus desplantes.

—Este sitio es precioso. Parece de cuento —comenta mi hermana en voz alta.

—Hemos tenido suerte y el día está despejado.

Mateo le sonríe y los veo compartir un momento de intimidad, que es interrumpido por Elio.

—¿Nos movemos o qué? —Pasa por el lado de su hermano y lo empuja.

Tengo que resistirme para no embestirle yo y tirarlo cuesta abajo.

—Venga, chicas, os enseñaremos la perla de la Axarquía —nos anima Mateo.

Es así como comienzan nuestras andanzas por la ciudad. Es un sitio alucinante con sus fachadas en blanco, la forja y la cerámica. En donde la gente pasea por sus empinadas pendientes y la piedra del suelo te hace estar atento a tus pasos. Se respira paz, y el fresco de finales de octubre juega con mi pelo al pasar por sus callejones.

—Con tantas macetas y tiestos me doy cuenta de que esto tiene que ser precioso en primavera y verano —apunta mi hermana.

—Volveremos para entonces y verás todos los colores que esconden sus flores.

Elio pone mala cara y está tan pendiente de la pareja que está a punto de chocar con un señor que pinta un lienzo en mitad de la calle, aprovechando la luz y el magnífico paisaje que lo acompaña.

Lo primero que vemos es la Fuente de las Tres Culturas, escondida en un pequeño callejón y me sorprendo al ver todo lo que Mateo sabe sobre la historia de Málaga y su mezcla musulmana, judía y cristiana.

Siguiendo con el agua, aparecemos en la Plaza de la Fuente Vieja. Se trata de una de las más populares de Frigiliana. Y el hermano de Elio nos relata encantado que se cree que es la fuente más antigua de la población y que fue mandada a construir en 1640 por Don Iñigo Manrique de Lara, quinto Señor de Frigiliana y Primer Conde de la ciudad, para abastecer a la población y al ganado.

Luque pulula a nuestro alrededor. Lo veo beber constantemente agua de su botella, suspirar y apoyarse contra toda pared que puede. Como si la vida le pesase. Hasta bosteza en más de una ocasión y me pregunto si no podría haberse quedado en casa cuando solo está incordiando.

Mateo nos hace fotos tanto a Julia como a mí, aunque yo siempre me he puesto demasiado nerviosa frente a los objetivos y me encuentro muy cohibida frente a su enorme objetivo.

Es el único escenario en el que ella está más cómoda que yo.

—Con esa cara va a romperte la lente, deja de hacerle fotos.

—Elio, no digas esas cosas de Jimena. No seas grosero —lo increpa su hermano.

—Maldito seas… —musito.

Sé que el me escucha, aunque no responde, solo sonríe de medio lado con superioridad. Le metería la cabeza en la fuente y…

—Sigamos, chicas.

La interrupción de Mateo me obliga a volver al presente y a dejar mis instintos homicidas aparcados. La visita resulta muy estimulante y los numerosos miradores, plazas y rincones de la ciudad nos acogen con sus brazos abiertos. Es un sitio maravilloso.

Y de tanto andar, terminamos haciendo una pequeña parada para un tentempié cerca de la Plaza de las Tres Culturas, que nos ofrece unas vistas espectaculares entre las montañas.

—Mateo, ¿cuántos años llevas haciendo fotos? —pregunto con genuino interés.

—Desde los trece años con cámaras profesionales —me cuenta entusiasmado—. La verdad es que es algo que disfruto mucho. Fue mi madre la que me regaló la primera cámara y desde entonces no he podido soltarlas.

—Julia me enseñó algunas de las instantáneas que hiciste en la Cala de Mijas y me quedé impresionada.

—Sí, es que a Jimena le gusta mucho la fotografía. ¿Verdad? —me pincha Luque haciendo referencia al puñetero me gusta de su Instagram.

—Lo cierto es que sí —contesto con una falsa sonrisa y dándole un fuerte golpe en el brazo—. Además, Mateo tiene talento.

Elio se me queda mirando con los ojos entornados, desconfiado.

—Cuando quieras puedo enseñarte cosas sobre la fotografía —se ofrece él, encantado con mis cumplidos y a la vez humilde—. Es un arte complejo, pero muy complaciente con quien sabe ver el segundo en el que debe pulsar el obturador.

Volvemos a coger el coche, recorremos las carreteras con expectación y terminamos aparcando en el parking de las Cuevas de Nerja. Pillamos las entradas tras esperar una larga cola y eso que no es temporada alta, pero une vez estamos dentro, lo entiendo.

—Este sitio es alucinante.

Giro sobre mí misma y me dejo maravillar por la cueva. Siempre que pienso en Nerja el mar es lo primero que acude a mi mente, pero toda ciudad tiene sus secretos y este, sin dudas, lo es.

—Tiene un encanto especial —confirma Mateo—. Eso sí, tened cuidado, el suelo resbala.

—Es como otro mundo —comenta Julia, tan fascinada como yo.

Observo cómo Mateo le ofrece la mano a Julia para bajar por un tramo de escaleras y me percato de cómo Elio no pierde el tiempo para acercarse a ellos y así interrumpir el instante entre ambos pidiéndole ayuda a su hermano con la mochila. Lo que ocasiona que Mateo la suelte.

Chasco la lengua. Aunque me alegra ver que nada más terminar de ayudarlo, él vuelve al lado de Julia. En el siguiente tramo de escaleras es el propio Elio quien se ofrece para ayudar a mi hermana y decido pegarme a él.

—Este sitio es más grande de lo que pensaba —comento como quien no quiere la cosa. Luque rueda los ojos.

Mateo comienza a sacar fotos de Julia. Leo las intenciones en el rostro de Elio. Va a intentar interrumpirlos.

¿Debería ralentizar a Luque yo misma o advertir a alguno de los guardias de la cueva de que está haciendo algo para que se lo lleven (por supuesto de la manera más inocente y disimulada del mundo…)?