Distancia Focal. Capítulo 11: La foto

 


Mi plan para este sábado era el de impedir por todos los medios que Julia y Mateo lograsen acercarse más, pero con lo que no contaba es con el grano en el culo que es Jimena. Malditas casualidades del destino.

No me ha gustado nada la dichosa insistencia y el peloteo que la madrileña ha demostrado durante todo el día con mi hermano. La conversación que tuvieron las modelos en la playa con Julia vuelve a mí. ¿Está Jimena ayudando a su hermana para que así Mateo le haga las sesiones de fotos gratis y poder tirar de su agenda de contactos?

No quiero revivir un Cintia.

No quiero volver a ver a mi hermano perdiendo el culo por una persona que solo se aprovechó de él, que le llegó a estafar dinero y que lo dejó para casarse con un magnate de Marbella que le ofreció el papel protagonista en una película. No pienso dejar que Mateo vuelva a desdibujarse entre noches de llanto por una persona que solo le utilizó. Me niego.

Y no me gusta pensar mal de la gente, pero… la pesadez de Jimena solo me hace sospechar que esto es un ardid que han montado las hermanas para servirse de la ingenuidad de mi hermano. Aunque me cuesta mucho pensar en la madrileña en ese papel tan falso.

Por eso he intentado hacerlo de manera un poco disimulada y he terminado por pegarme todo lo que puedo a Julia. Si estoy constantemente a su lado, si soy su sombra, no habrá momento de intimidad entre mi hermano y ella y no podrán…

No sé cómo tengo los reflejos suficientes como para tomarla, pero, de pronto, tengo a Jimena entre mis brazos y pegada a mi cuerpo.

—Uy, perdona. Es que me he tropezado…

Su expresión se transforma. El destello que cruza su mirada me deja anclado a ella. Jimena se calla. Debe de haber notado lo mismo que yo.

Sé que esta semana me ha estado rehuyendo y yo la he estado tocando las narices en clase con toques en su espalda, queriendo volverla loca. Pero ahora, con su piel pegada a la mía, ha sido capaz de dejarme sin aire.

La calidez de su cuerpo genera un contraste enorme con la humedad y el fresco de las rocas que nos rodean. Me permito un momento para perderme en su rostro y aprovecho nuestra cercanía para volver a recorrer su perfil. Su pequeña nariz, sus mejillas sonrosadas, sus labios… sus condenados labios con ese arco de cupido tan pronunciado y que los hace aún más especiales. Apenas estamos iluminados por un par de focos lejanos, muy tenues para no dañar la conservación de esta cúpula natural que nos ampara. De pronto, se me escapa una risilla.

—Voy a empezar a pensar que te gusta acercarte a mí cuando estamos en la penumbra.

—Oh, por favor… tu egocentrismo de verdad que resulta exasperante.

Un señor pide paso a nuestra espalda y yo la agarro de la cintura, reduciendo aún más el espacio que nos separa. Con el movimiento, su pelo le tapa media cara y, sin dudarlo, mis dedos buscan su rostro y en una caricia se lo colocan detrás de la oreja. Un contacto que hago largo, lento, porque quiero disfrutar de su suavidad.

—Bueno, algo estaré haciendo bien cuando has caído entre mis brazos.

Sé que ella está intentando pensar en cómo devolvérmela. Pero es incapaz de dar con ello, así que se lanza a lo fácil.

—Eres tan pedante, tan creído, tan chulo, tan… tan…

—¿Tan?

—Insoportable.

—No estarás intentando ocultar algo con todas esas palabras, ¿no? —la provoco. Dios… lo que disfruto provocando su fuego.

—¿El qué?

—Que el otro día te gustó estar tan cerca de mí en ese portal. Tal y como estamos ahora. Y que te pongo nerviosa, Jimena, muy nerviosa… pero no porque me odies.

Su mirada se torna felina, sus pupilas dilatadas son dos océanos al anochecer con la marea alta. Pega su cara a la mía y me suelta una risa sobre la boca.

—Antes de caer bajo tus trucos baratos de guapo de calendario, prefiero congelarme en Siberia.

El olor a fresas lo inunda todo a mi alrededor. Ella lo inunda todo.

—Ah, ¿sí? —Me muerdo el labio inferior y ella cae en el desafío mirándolos.

—Sí. —Intenta sonar segura, pero termina saliendo un sonido muy agudo al pronunciar el final de ese «Sí».

Sus manos ahora descansan en la parte alta de mi espalda y sus dedos se agarran con ímpetu a mis músculos. Su respiración ha aumentado su frecuencia y los leves suspiros que escapan de entre sus labios generan en mitad de mi pecho la necesidad de aspirar cada uno de ellos.

Mi mano desciende levemente hacia su cuello y juraría que de su boca escapa un gemido. La gente pasa a nuestro alrededor, algunos sé que se nos quedan mirando, aun así, yo no corto el contacto visual con ella. Sus ojos siguen en mi boca y sé en lo que está pensando. Jimena es un libro abierto. Me inclino de forma sutil hacia ella y mis brazos se cierran entorno a su cuerpo, firmes.

Su cabeza se alza, buscando el contacto entre nosotros y yo dejo que sea ella quien se aproxime muy poco a poco, reduciendo la distancia. El embrujo que produce en mí es potente, pero mi orgullo herido lo es más, así que tras la retahíla de comentarios solo me queda hacer una cosa… soltarla.

Ella se escurre y pega con el culo en el suelo. La risotada que pego es tan alta, que soy regañado por varios de los asistentes de la cueva.

—Me cago en la…

—¿Necesitas que te eche una mano? —digo con un impostado tono caballeroso y ofreciendo mi palma.

—Al cuello te la voy a echar, idiota.

—Así que confirmamos lo de la tienda: te gusta el sexo duro.

—¿Por qué demonios me has soltado?

—¿Qué te parece si la próxima vez que caigas en mis brazos no me insultas diciendo todo lo que has dicho sobre mí?

—¿La próxima vez? ¡JA! Ni de coña va a haber próxima vez. Y te recuerdo que me he tropezado. Como si yo quisiese estar cerca de ti o tocarte. Por favor…

Me pongo de cuclillas y pego mi cara a la de ella, tanto que rozo mi nariz con la suya y juego a volverla un poco loca, aunque mi sanidad esté ahora colgando de un hilo por las ganas que tengo de volver a sostenerla entre mis brazos y, esta vez, de no soltarla.

—Tengo fe y sé que va a haber una próxima. Estoy muy seguro —respondo sin titubear.

—Eres un…

—¡Jimena!

Julia se acerca corriendo para socorrer a su hermana y me alegra ver que la caída ha supuesto que se aleje de Mateo.

—Estoy bien, no te preocupes. Solo he resbalado.

—Estaba intentando ayudarla —digo con mi sonrisa más amable.

—Muchas gracias, Elio —responde Julia, incauta.

Su hermanita me aniquila con la vista y mi victoria es aún más dulce al saber que la he sacado de quicio. Gracias a Mateo, Jimena vuelve a ponerse en pie y seguimos nuestras andanzas por la cueva. Quizá mi intento por separar a mi hermano de Julia no ha servido, pero la caída de la madrileña, sí que lo ha logrado porque ahora su protectora hermana mayor no se separa de ella hasta que salimos a la luz del exterior.

No obstante, enfadar a Jimena ha tenido sus efectos secundarios en mí. Sigo notando sobre mis brazos y espalda sus manos, sería capaz hasta de dibujar la silueta de cada uno de sus dedos en mi piel. Intercambiamos una mirada cuando nos volvemos a montar en el coche y la veo pegarse todo lo que puede a la puerta para que ni el aire que se cuela por las ventanas nos roce al mismo tiempo.

La ciudad de Nerja nos recibe con un atardecer precioso y nosotros utilizamos la ocasión para deleitarnos de la caída del sol caminando por el paseo marítimo. Nos cruzamos con algunos pescadores que lanzan sus cañas y amenizan las horas poniéndose al día. Las rocas crean un paisaje que siempre me ha gustado apreciar en la ciudad y al pasar frente a la estatua de Chanquete, las hermanas posan para la cámara de mi hermano.

Subimos las escaleras para llegar al Balcón de Europa y no me corto al apreciar el vaivén de las caderas de mi compañera de clase. No me importaría que volviese a tropezarse ahora mismo y agarrarla por…

—Elio —me regaña en un susurro enfadado Mateo.

—¿Qué pasa? —replico en el mismo tono.

—¿En serio te lo tengo que decir?

—Solo miraba.

—No es muy educado mirar ciertas… partes de una chica.

—Oh, venga, como que tú no le has mirado las tetas a Julia —lo acuso. Él tartamudea, pillado.

—Yo no…

—¿Piensas que ella no se ha quedado embobada mirándote los antebrazos o los pectorales?

—¿Ella me ha mirado así?

Mierda. Soy un bocazas. Recuerda el plan, Elio: separar a Julia y Mateo.

—Lo que quiero decir es que es normal apreciar los atributos de la gente. Eso no quiere decir nada.

—¿Nada?

—Nada de nada. Es solo la naturaleza.

Sigue siendo demasiado inocentón este hermano mío, así que lo aprovecho para aproximarme a Julia y esta vez ser yo quien hace de guía.

—¿Habíais estado antes?

—Sí —responde ella—. Fue el último verano justo antes de que nuestros padres se divorciaran.

—Oh… —contesto.

—Tranquilo, no fue algo traumático. Ambos siguen queriéndose muchísimo, aunque ya no están enamorados.

—¿En serio?

—Sí. Jimena y yo hemos tenido mucha suerte, sabemos de divorcios que destrozan a los hijos, pero nuestros padres nos priorizaron.

—Eso… Eso es muy bonito —reconozco con una medio sonrisa.

—Creo que, sobre todo, lo hicieron por Jimena. Ahí donde la ves, siempre tan dura, tan contestona… mi hermana tiene un corazón muy blandito.

—Cualquiera lo diría —murmuro con un tono juguetón. Julia me escucha.

—Es su mecanismo de defensa, pero no le digas que te lo he contado —dice ella con un guiño.

Se aleja y asoma por la barandilla. Julia, tal y como me pasa con su hermana, me confunde. ¿De verdad esta es ella o solo es un papel para conquistar a mi hermano? No puedo evitar compararla con Cintia, porque ella… Cintia llegó a ser casi como una hermana para mí y luego… luego nos hizo aquella jugada. Nunca se me va a olvidar esos ojos vacíos cuando dejó a Mateo, cuando le dijo que se casaba y que no la buscase más. Y a él, de rodillas, suplicando que ella se quedara a su lado.

—Jimena, ¿por qué no volvemos a tomarnos una foto en el mismo sitio de cuando éramos pequeñas? —sugiere Julia.

Su hermana le responde poniendo los ojos en blanco.

—Estoy cansada de tanta foto.

—Solo una más, por favor. Así se la podremos enviar a mamá.

Con eso la convence y la pelirroja se pone junto a ella. Posan con el viento moviendo sus melenas y terminan sonriéndose la una a la otra. Julia se acerca a Mateo para ver cómo han quedado las instantáneas y Jimena se gira para ver el mar.

Su rostro se transforma de inmediato. No hay líneas en su siempre arrugado ceño por la mala leche y las comisuras de su boca se alzan felices por lo que contempla. Los últimos rayos del sol perfilan su silueta y, antes de que me dé cuenta de lo que hago, he sacado el móvil y le he hecho un par de fotos.

—Eh, madrileña —la llamo. Sus ojos se fijan en mí y hago la última.

—Borra eso.

Una mueca de enfado conquista su cara y en un par de zancadas se pone frente a mí.

—¿No quieres verla antes?

—No.

Suspiro y, pese a su negación, se la muestro. Abre mucho los ojos al verse en la pantalla.

—¿Me has puesto un filtro?

—¿Qué?

—Que si la foto… —Apoya sus manos en las mías y se inclina para ver mejor—. ¿No lleva un filtro?

—No te hace falta.

Eleva la mirada y sus ojos castaños se vuelven miel. Sus manos aprietan aún más las mías y nos quedamos muy callados. Desvío la atención a sus labios, entreabiertos, que me tientan y sé que esta noche me van a perseguir en sueños. Ahora no sé hasta qué punto he hecho bien en dejarla caer en la cueva o debería haberla besado.

—¿Os apetece ir a cenar ya, chicos? —pregunta mi hermano apoyando una mano sobre mi hombro.

Nos separamos y veo cómo Jimena no para de toquetearse el pelo una y otra vez.

—Claro —contesto y me veo obligado a carraspear un par de veces.

Le lanzo una última mirada a la pelirroja. Mi corazón se salta tres latidos y luego comienza a cabalgar en mi pecho como un potro desbocado.

 


—¿Pero qué cojones? —chillo al verlo.

—¡Silencio! —me regaña una voz a mis espaldas.

Lo mato. Lo asesino. Lo descuartizo y se lo echo de comer a los peces. ¿Cómo ha subido esta foto en su maldito perfil de Instagram?

Vale que, como estoy de espaldas, no se me reconoce, nadie va a saber que soy yo, ¡pero yo lo sé! ¡Y me ha subido a su perfil! Maldito Luque.

Si lo analizo con ojo objetivo, la foto es una pasada y eso que está sacada con le móvil. Pero puede reconocerse que es obra de Elio, tanto por el ángulo en la que se ha captado, como por el detalle de la composición en el que mi cuerpo ocupa casi toda la parte derecha del encuadre y deja la izquierda al mar, las rocas y la bandada de pájaros.

Pero… ¡joder! Que ahora hay una foto mía en su feed.

—Lo mato. Lo asesino. Lo descuartizo…

—Espero que eso no sea para mí.

Me volteo para descubrir que tengo detrás de mí a Ginés. Parece que eso de encontrarnos en la biblioteca empieza a ser la tónica habitual.

—No, no es… —cierro el portátil corriendo, pero creo que él ya ha visto el perfil de quién estaba curioseando—. Olvídalo. ¿Qué tal? ¿Necesitabas algo?

—Es solo que te he visto y… quería disculparme por lo que pasó el otro día. Me marché por segunda vez sin darte explicaciones y creo que te las debo.

—¿Explicaciones?

—Sobre lo que dije de Elio.

Intento no hacerme la sorprendida, pero fallo estrepitosamente.

—Oh…

Gran respuesta, Jimena.

—¿Te parece si te invito a un café y te lo cuento? No me gustaría dejarte en la oscuridad con él.

Sé que lo dice de manera figurativa, pero mi mente recuerda el portal y la cueva. Las manos de Luque sobre mi cuerpo, su calor, su cercanía, sus labios… sus jugosos labios y la forma en la que pasó la lengua por ellos.

—¿Jimena? —He debido de quedarme demasiado tiempo en silencio.

—Ginés, es que se suponía que iba a ayudar a mi padre hoy. No sé si…

Él empieza a asentir y se mete las manos en los bolsillos. Sé que le prometí a papá ir con él esta tarde a la asociación del barrio, pero… ¿de verdad voy a dejar pasar la oportunidad de que Ginés me cuente lo que le ocurrió con Elio y por qué piensa que es un peligro?