Distancia Focal: Capítulo 15. Mi nombre
Sí, soy una enamorada del mar, pero
eso no quiere decir que lo sea de todos los pequeños animalitos que viven en
él. Mi respeto por la fauna marina es inestimable y mi pavor por las medusas
tiene su origen en un verano en el que, buceando no muy lejos de la orilla,
terminé con una abrasando parte de mi cara y torso. Si alguna vez os ha picado
una condenada medusa, ya sabréis que no es nada placentero. Así que digamos que
mi reacción hacia ellas es algo más, algo así como… Pánico.
Por ello en cuanto Luque dice la palabra entro en modo supervivencia
y termino colgándome de él como un koala. No se lo espera, por lo que
trastabilla y caemos sobre la arena.
No me percato de dónde están mis labios durante los primeros segundos, pero cuando abro los ojos y me encuentro con el esmeralda de los de Elio, me paralizo.
Nos estamos besando.
¡QUE ESTOY BESANDO A LUQUE!
Separo nuestras bocas. Su aliento, sin embargo, sigue rozándome
y cosquillea en la humedad de mis labios. La oscuridad de su mirada me atraviesa
y mi nariz roza con una pequeña caricia la suya. Sus pupilas recorren mi cara. Mi
corazón se acelera y acompasa sus latidos a los de Luque. Cuando sus iris vuelven
a mí, me veo reflejada en su deseo y me asusto por la intensidad de este.
Me incorporo todo lo rápido que puedo y termino sentada
sobre él. Lo cual es una malísima idea. La peor que he podido tener. Mucho peor
que el beso porque estoy a horcajadas sobre sus caderas y lo que estas encierran.
Un calor punzante sube desde mi entrepierna hasta mis
mejillas y aprieto la mandíbula al contemplar la bruma en la que se encierran
sus ojos.
Joder.
¡Jimena, levántate!
¿Por qué sigues encima?
¡Deja de mirarlo!
Me doy impulso para alejarme todo lo que puedo, pero
tropiezo con su pierna y termino cayendo sobre su paquete. El momento se rompe
por completo y la expresión de Elio se transforma en auténtico sufrimiento.
—¡Lo siento! —digo poniéndome de rodillas a su lado, mientras
él se revuelca sobre la arena como una croqueta.
—Mis huevos… —contesta en un tono bajo, grave y a
trompicones.
—Tu… tu boca está…
—¿Qué?
Se lleva la mano al labio y comprueba que está sangrando.
—¿Pero que también me has reventado el labio?
—¡No ha sido a propósito! Me has dicho lo de la medusa y
me he asustado y yo… Dios, ¿estás bien? Tienes muy mala cara.
—Es lo que pasa cuando le haces a alguien un placaje, le
revientas el labio y luego le dejas sin pene.
Gime un par de veces más de dolor y luego consigue sentarse.
—¿Te duele mucho? —Me fulmina con la mirada—. Vale, vale…
Oye, ya te he dicho que lo siento. ¡No ha sido queriendo!
Me incorporo del todo y me acerco a él.
—Eh, eh, eh… distancia. No vaya a ser que lo siguiente de
verdad me mate.
—Oh, venga ya, eres un exagerado.
Conforme termino la frase su nariz empieza a sangrar.
Mierda.
—No me jodas… ¿pero de qué tienes hecha la cabeza? ¿De acero?
—gruñe.
—¿De qué la tienes tú? Si ha sido un golpecito de nada.
Saco un pañuelo de papel del bolso y, sin hacer caso a su
advertencia de antes, me aproximo. En un principio Elio se quiere resistir,
pero soy rápida y atrapo su mentón entre mis manos para que no se aleje.
Consigo controlar más o menos la hemorragia de la nariz taponándole
el orificio y le limpio el rostro. Limpio su labio con cuidado e intento no
pensar en que hace nada lo estaba rozando con los míos.
—¿Cuántos dedos ves aquí? —pregunto mostrándole dos en
alto.
—Dos. Y no hace falta que me hagas más preguntas, estoy
bien si no fuese por el dolor de huevos. —Se los intenta recolocar y aprieta su
rostro en una mueca de malestar—. Sé que te gusta el sexo duro, pero esta
técnica no me ha gustado. Unas esposas, un antifaz, hasta que me des unos
azotes… pero esto no.
—Pensaba que podrías tener una conmoción, pero veo que tu
idiotez sigue intacta.
Aprieto con fuerza el puente de su nariz.
—¡Que eso duele! —lloriquea.
—Lo siento —respondo, aunque esta vez la ironía engulle
la disculpa.
—¿Has pensado alguna vez en jugar al rugby? Serias muy
buena.
Se palpa el labio y comprueba que ya no le sangra. Pese al
dolor, Elio sonríe y eso hace que me relaje un poco, hasta que, presa de los
nervios y la situación tan ridícula que estamos viviendo, no lo puedo evitar y
termino riéndome a carcajadas. Joder, le acabo de destrozar a golpes y, aun así,
ha terminado haciéndome reír.
Comprueba el estado de sus golpes en el reflejo del móvil
y me lanza una mirada pícara.
—Tienes suerte de que sea tan guapo y este corte en el
labio me dé un aspecto más sexy. Que si no…
Pongo los ojos en blanco, aunque una parte de mí le da la
razón. Lo ayudo a incorporarse y el cosquilleo que atraviesa la palma de mi
mano cuando acoge la suya, me hace temblar. En especial cuando Elio, al ponerse
de pie, se queda a escasos centímetros de mí. Lo que ocasiona que tres sonoros
latidos, pesados como plomo, me desbaraten el interior.
Jimena, céntrate…
***
Atravesamos la puerta de la
copistería con Elio cargando una bolsa de hielo contra su nariz.
—Pero ¿qué te ha pasado?
—Jimena —responde él.
Mariona me mira con los ojos muy abiertos.
—Me caí encima de él.
—Me ha hecho un placaje.
—Oh, venga ya, que solo ha sido un golpecito de nada.
—¿Un golpecito de nada? Eso díselo a mi nariz y a la
hinchazón que tengo ahora —se queja señalando sus ojos, ligeramente inflados
por el golpe en la nariz.
Mariona no tarda ni tres segundos en empezar a carcajearse
con tanta fuerza que hasta tiene que hacer un par de pausas para tomar aire.
—Te recordaba con más aguante para los golpes —comenta
ella—. ¿Sabes que de pequeño solían hacerle bullying? Raro era el día
que no terminaba llegando a casa con algún moratón, herida o con las gafas
rotas. Las tenía llenas de fiso.
Me volteo para observar a Luque. Él, por toda respuesta,
alza los hombros y mira hacia otro lado.
—¿En serio?
—Y no solo se llevaba sus golpes, también los míos. Aquí
donde me ves, ahora tengo más control, pero soy tartamuda. Si no hubiese sido
por Elio, habría abandonado el colegio.
—Lo estás exagerando todo —interviene el aludido.
Su amiga no dice nada más, aunque la sonrisa que le
dedica me hace plantearme mi visión sobre Luque.
—Bueno, aquí tenéis las papeletas.
Sobre la mesa pone todos los tacos y observo que, al fin,
están bien impresos. La bocanada de aire que sale de mis pulmones indica el
alivio tan grande que siento.
—Gracias, Mariona.
—Para eso estamos —replica ella y me extiende el recibo de
compra.
Me doy cuenta de lo poco que me está cobrando y antes de
que pueda reclamar, ella me lo aclara:
—Descuento especial. —Me guiña un ojo e inclina la cabeza
hacia Elio.
Metemos los tacos de papeletas en una bolsa y nos
despedimos de Mariona. Luque permanece en silencio, masajeándose la cara, en
nuestro camino hacia la moto.
Una vez llegamos al vehículo, él no tarda en ponerse el
casco y arrancar. Yo me coloco el mío y me siento detrás de él. Esta vez no me
preocupo tanto de mantener las distancias entre su cuerpo y el mío.
Recorremos el mismo camino por el que hemos vuelto, sin
embargo, esta vez la luz del atardecer tiñe la estampa de un suave tono
caramelo que recorta el horizonte y crea sombras alargadas a nuestro paso.
Los sonidos se transforman y la ciudad parece querer
robarle horas al día saliendo a la calle a disfrutar de lo que puede ofrecer
cada rincón.
Elio conduce lento y cuando nuestros ojos se cruzan en el
espejo retrovisor, no los apartamos el uno del otro hasta que el semáforo se
pone en verde y nos vemos obligados a reemprender la marcha.
Conduce hasta mi portal. Me agarro a sus hombros para
bajarme de la moto y él me aferra de la cintura para que no pierda el
equilibrio cuando me pongo de pie sobre los estribos. Es un contacto que dura un
instante, pero que aumenta esa sensación cálida que he tenido en el pecho desde
la playa.
No permito que nos rodee el silencio, así que nada más
planto los dos pies en el suelo, empiezo a parlotear.
—Muchas gracias por todo. —Las manos de Elio siguen en mi
cintura mientras me quito el casco. Solo cuando se lo cedo, las retira—. Y
siento lo de… bueno, el placaje.
Una medio sonrisa se escapa de sus labios y lo veo
arrugar el ceño por el dolor que eso le causa en la nariz.
—Nada, tranquila. Te pasaré la factura del cirujano
plástico.
El comentario me hace reír y noto un revoloteo extraño en
la boca del estómago. Revoloteo que se intensifica cuando poso la mirada sobre
los labios de Luque.
—Será mejor que me marche, adiós, Elio.
Y sin más, me pierdo por el portal escaleras arriba.
Me quedo plantado en mitad de la
calle consciente de que es la primera vez que Jimena dice mi nombre y no mi
apellido para referirse a mí. Un escalofrío recorre mi columna y, casi sin
darme cuenta, me llevo una mano a la boca.
Es una gilipollez, una soberana tontería, pero no dejo de
pensar en los tres segundos en los que nuestros labios han estado en contacto.
No sé siquiera si a eso se le puede llamar beso, pero… joder, lo tengo clavado
en la memoria.
Aunque también tengo clavado en la memoria el soberano
dolor de huevos que me ha provocado. Vaya puntería. Las comisuras de mi boca se
tuercen en una sonrisa y acelero la moto justo antes de dejar atrás la calle.
Jimena, Jimena, Jimena…
Esquivo al resto de vehículos bajo el embrujo de la luna
que empieza a ganarle la batalla al sol. Cuando llego a la Playa del Faro el
cielo está oscuro, pero las calles de Marbella bien iluminadas.
Aparco cerca del bar y no tardo mucho en ver desde fuera
a mis amigos. El sitio me recibe entre una intensa gama de colores rojos, desde
las cortinas, hasta los taburetes y sillas, que contrastan con el negro de los
suelos y las paredes. No es un sitio que acostumbremos a visitar, pero Machado
nos extendió la invitación y no pudimos decir que no a uno de los locales de
moda de esta temporada.
—Al fin llegas —clama Biel.
—Vaya cara… ¿Y ese labio roto? —pregunta Alex, siempre
tan observador.
—¿Te has pegado con alguien? —curiosea Dylan que se pega
a mi cara para verla de cerca—. Tienes aún un poco de sangre en la nariz.
—Ah, no ha sido nada, solo un golpe sin importancia.
Intercambian una mirada, pero antes de que insistan, intervengo.
—¿Y Ainara?
—Hoy en casa. Se ha tenido que quedar estudiando —me
explica su hermano.
—Una pena, la verdad, el sitio es increíble. ¿Te has dado
cuenta de la cantidad de famosos que hay en cada esquina?
—Es como un muestrario de lo más selecto de Málaga.
—Y en una esquina, lo peor —añado para hacerlos rabiar.
—¡Habla por ti! —gruñe Biel con una sonrisa.
Me tiran desde servilletas hasta frutos secos como
castigo y yo los esquivo con gracilidad. En esas, una melena rubia capta mi
atención. La reconozco casi de inmediato y no puedo separar los ojos de ella.
Se mueve con la mezcla perfecta de inocencia y simpatía.
Cruza el sitio con majestuosidad y al llegar a la barra se lanza sin titubear
sobre los brazos de un hombre que la rodea y cuela su cara en el cuello de
ella.
Aprieto los dientes con tanta furia que terminan
chirriando.
—Eh, pero ¿qué pasa? —indagan los chicos.
No contesto. Solo me quedo en silencio viendo cómo Julia
sonríe de oreja a oreja muy acaramelada con su acompañante. Mateo cruza mi
mente y las imágenes de mi hermano de rodillas suplicando a Cintia me avasallan.
El odio y desprecio manchan de hiel mi boca. No me lo
puedo creer. Mateo bebiendo los vientos por ella, preocupándose, yendo a su
casa a cuidarla toda la semana que estuvo enferma para ahora… verla con otro.
No me corto y saco un par de fotos, sin ningún disimulo. Los
chicos observan todo en silencio y una vez entro en mi galería, compruebo que
tienen muy buena definición y que Julia es reconocible.
La rabia me carcome y me encuentro ante la disyuntiva…
¿Debería enseñárselas a Mateo?