Distancia Focal: Capítulo 16. Verdad o Mentira
Estoy a punto de darle al botón
de enviar, cuando me detengo. ¿De verdad voy a hacer esto? Me estoy metiendo
donde no me llaman, pero… Joder.
¡Hostia!
Mateo no se merece pasar por otra Cintia y viendo a Julia
ahí, aún entre los brazos de ese hombre, dejando que él la acaricie y tome su
rostro… parece que lo estoy reviviendo.
Pero no, no puedo hacerlo así. Enviarlas sin contexto,
solo le dolería más a Mateo y no puedo hacer sufrir a mi hermano de ese modo.
—Elio, ¿qué pasa? —repite Biel.
—Creo que me voy.
—Pero ¿qué ocurre? —se interesa Dylan.
—¿Conoces a la rubia? —pregunta Alex con agudeza,
sabiendo exactamente hacia dónde estoy mirando.
—Es la chica que le gusta a Mateo.
—No jodas…
Mis amigos fijan sus miradas en ella y sé en lo que están
pensando. Vivieron el episodio de la traición a mi hermano, así que no tengo
que explicar nada.
—Me voy.
—Elio…
—Me voy. No quiero ver nada más.
—Espera, nos vamos contigo.
Se levantan y, con cuidado de que Julia no me vea,
salimos. Terminamos en un pequeño bar, en el que los chicos intentan
distraerme. Lo logran en parte, aunque tres horas después, al regresar a casa y
ver a mi hermano pendiente del teléfono, las fotos vuelven a mí.
—Eh, Mateo…
—¿Sí?
—¿Hoy no has salido?
Deja de mirar el móvil y levanta la vista.
—No, he estado revelando algunas fotos más.
De nuevo, baja la mirada y observo de refilón que está
revisando sin mucho interés los posts de Instagram, como si buscase algo.
—Oh, pensé que habrías quedado con Julia —indago mientras
me sirvo un gran vaso de agua y me bebo la mitad casi de una sentada.
—No, me dijo que había quedado con unas amigas y que no
podía.
—¿Amigas?
—Sí.
Sigue tan centrado en su móvil que no se percata de la
mueca que se me escapa. Así que Julia le ha dicho a mi hermano que había
quedado con unas amigas… ya. Me sé esa historia.
—¿Y si te dijese que me he encontrado con ella?
Mateo centra toda su atención en mí.
—¿Con Julia?
—Con la misma.
—¿Qué tal? ¿Te ha dicho algo sobre mí?
Niego un par de veces con la cabeza.
—No hemos hablado.
—Oh…
La decepción inunda su semblante.
—Pero la he visto… con otro chico.
—Te habrás confundido, me dijo que venían un par de
amigas de Madrid a verla.
—Estoy seguro de que era un chico. A no ser que tenga una
gemela idéntica.
—Elio, de verdad, Julia…
Saco el móvil y le enseño las fotos. Dios, me siento como
una puta mierda y, sin embargo, a la vez sé que es preferible el dolor ahora
que más adelante. Mateo no podría con otro corazón roto.
—Vaya…
Los hombros de mi hermano caen y veo que se hace pequeñito
durante un segundo justo antes de sacar una sonrisa tirante.
—Siento enseñarte esto así, pero sé que Julia te gusta y
no quiero…
—¿Qué? No. A ver, me parece una chica muy simpática,
pero…
—Mateo.
—Voy a ver si me he dejado en el coche la cartera, que me
acabo de acordar de que no la encuentro por ningún sitio. Ahora vengo.
—Matty...
No obstante, mi hermano huye y yo solo soy capaz de
sentirme como un cabrón. Pero debía hacerlo, debía hacerlo por él.
—Llevas toda la semana en las
nubes. ¡Tierra llamando a Jimena!
—Ay, Lola, para —gruño apartando sus manos de mis
mofletes.
—¿En qué piensas tanto? ¿O en quién? —acusa.
—En nadie, solo estoy preocupada por los exámenes.
Alguien chista a nuestras espaldas y me doy cuenta de que
estamos hablando demasiado alto para la biblioteca.
—Ya, claro… Ese brillito en los ojos suena a otra cosa
—dice mi amiga bajando el volumen de su voz.
—¿Aún no ha llegado Emma? —corto a Lola cambiando
radicalmente de tema.
—No, ya sabes, con eso de prepararse para la beca se pasa
la mitad del tiempo hablando con los profesores para conseguir más nota. La tía
tiene de media un nueve y medio y quiere más. Yo tengo un jodido seis y me
parece perfecto.
—Lola, si quieres charlar, te vas a la cafetería.
Alzamos la vista y vemos que en las mesas del lado están
sentados Biel y Alex. Busco con la mirada a Elio, pero no parece que esté por
ninguna parte. ¿Qué demonios? ¿Estoy buscando a Elio?
—Biel, tesoro, si te molesto, te pones unos tapones como
hace todo el mundo.
El catalán pone los ojos en blanco, pero vuelve a centrar
su mirada en los apuntes un instante después. Al pobre no le dura mucho la
calma, porque Lola retoma la conversación.
—A lo que iba, que cuando no está estudiando, está
preguntando cómo rascar décimas. Es algo enfermizo.
—Solo se está esforzando por lo que quiere.
—Bah, yo lo único que quiero es jubilarme.
—A este paso nunca lo vas a conseguir —responde Biel lo
bastante alto para que lo oigamos.
—Te callas. En poesía te recuerdo que tenemos la misma
media.
—Eso es por culpa de la Urraca.
Sin embargo, la discusión que parecía querer iniciarse,
es interrumpida por Emma que aparece cargada con una montaña de libros.
—¿Se puede saber a dónde vas con todo eso?
—A estudiar, Lola.
—¿Pero cuántas horas pretendes que nos quedemos aquí?
Pensaba que luego nos íbamos a tomar una cerveza.
—Yo hoy no creo que pueda, tengo mucho que leer y
resumir.
Nuestra compañera toma asiento frente a mí y abre tres
grandes volúmenes. Ver a Emma estudiar es algo que siempre me va a sorprender.
Tiene una capacidad alucinante para captar todos los conceptos a la primera y,
no solo eso, es tan sumamente pulcra en sus apuntes, que casi pareciesen
impresos.
—Pero, Emma…
Alguien chista y Lola capta el mensaje de que se tiene
que callar. Aunque no tarda mucho en decir que tiene sed y levantarse para bajar
y cogerse una botella de agua de las máquinas expendedoras.
Aprovecho estos instantes para contemplar a Emma con una
sonrisa. Pronto dejo de lado la forma en la que toma apuntes y me fijo en su
cuello.
—¿Qué es eso que tienes ahí?
Alza la cabeza y la veo blanca como el papel cuando
comprueba que señalo un punto justo debajo de su oreja. Intenta verse el cuello
en el reflejo de su móvil y se lamenta con un quejido.
—¿Es un chupetón?
—Shhhhhh —reclama nerviosa—. Mierda, mira que le dije que
no lo volviese a hacer.
Me doy cuenta de que eso significa que mi amiga se está
liando con alguien y no nos ha comentado nada. Un momento…
—Espera, ¿es el mismo con el que pasaste la noche de
Halloween?
Por su expresión, diría que he dado en el clavo.
—No le digas a Lola que me has visto esto —dice señalando
la marca de su cuello e intentando ocultarla con el jersey que lleva puesto—.
Si se entera, no va a parar hasta saber el nombre del chico y… me gusta ser
privada con estas cosas.
—Tranquila, no tienes de qué preocuparte —le prometo—.
Pero dile que tenga un poco más de cuidado la próxima vez.
Le guiño un ojo y se relaja, incluso llega a sonreírme.
Siento la presencia de alguien a mi lado, me giro,
pensando que es Lola, pero no, se trata de Elio.
—Hola, madrileña.
Se me pone la piel de gallina y, tonta de mí, en vez de
mirarlo a los ojos, lo primero que hago es detenerme en sus labios, en donde
las comisuras de su boca se alzan y sonríe de un modo encantador.
—Luque —respondo aparentando indiferencia. Él suelta una
risilla.
—Te traigo la parte de recaudación que he conseguido de
las papeletas que he vendido.
Me pasa una bolsita de plástico en la que hay bastantes
monedas.
—Vaya… sí que has vendido un montón —me sorprendo.
—Necesito otros dos tacos.
—¿Dos?
Lleva vendidos ya cinco. Es el que más está recaudando de
toda la clase, incluso por delante de Machado que conoce a la mitad de Málaga y
va por su tercer taco de papeletas.
Tomo mi mochila, guardo el dinero en el neceser con toda
la recaudación y le doy a Elio las papeletas. Cuido mucho que mis dedos no
toquen los de él en el proceso y también de que mi mirada, esta vez, se centre
en sus ojos. Aunque una extraña sensación burbujeante recorre mi estómago.
—Gracias.
Nos quedamos mirando un par de segundos, pero cuando Lola
vuelve, atrapa mi atención hablándome de un chico guapísimo con el que se ha
cruzado en la máquina y Luque se aparta para ir a sentarse con Álex y Biel.
Aun así, siento su mirada de vez en cuando sobre mí, pendiente de lo que hago y… ese burbujeo que no cesa.
***
La vuelta a casa desde la
biblioteca la hago apelotonada en el autobús. La fina lluvia cae y moja a los
viandantes, muchos de ellos sin paraguas, que regresan a sus casas tras otra
jornada laboral más. Muchos de los escaparates de las tiendas están ya llenos
de motivos navideños y eso me anima a pensar en Gaia. Ya me ha confirmado que
las fechas de su escapada a Málaga desde Madrid serán en las vacaciones de
Navidad. Al fin podremos volver a pasar tiempo juntas y le enseñaré toda la
ciudad. Lola y Emma me han dicho que no me puedo perder el espectáculo de luces
de la calle Larios, así como los mercados y los belenes que se ponen por todos
los rincones.
Llego a casa en el instante en el que un gran rayo
atraviesa el cielo y la fuerza de la lluvia aumenta.
—Hola, hija, ¿qué tal el día en la universidad?
—Cansada —contesto a mi padre que con brío parece estar
terminando de cocinar la cena.
—¿Vosotros qué tal?
El rostro de mi padre se ensombrece y su sonrisa decae
poco a poco hasta que sus comisuras se curvan hacia abajo.
—Hoy no ha sido un buen día.
No hace falta que me diga nada más. Sé cómo son los malos
días de mi abuela, en ellos casi no habla, se muestra ausente y la cabeza le
duele tanto que se pasa los ratos dormitando encerrada en su cuarto y con todo
en la más absoluta oscuridad.
Intercambiamos una mirada y mi padre se obliga a sonreír.
—Menita, ya estás en casa —dice mi abuelo mientras entra
en la cocina y se acerca a mí para estrecharme entre sus brazos.
Tiene un gesto triste en su cara y los ojos llorosos. Lo
aprieto unos segundos más contra mí y él me lo agradece depositando un par de
suaves besos en mi pelo.
Esto nos duele a todos, pero creo que a mi abuelo lo está
destrozando. No puedo ni llegar a imaginarme cómo tiene que ser ver cómo la persona
de la que llevas enamorado toda tu vida tiene estos instantes en los que su luz
queda reducida a una pequeña llama que no sabes si sobrevivirá a la noche.
—¿Y Julia? —pregunto.
—Lleva toda la tarde en su habitación leyendo. Ha venido
cansada del trabajo —explica mi padre.
Me despido de ellos y voy a la habitación que comparto
con mi hermana. Antes de meterme dentro, la veo mirar con anhelo el teléfono
móvil, pero, en cuanto abro la puerta, sus ojos se concentran en el libro que
tiene entre las manos.
—Hola, ¿ya estás aquí?
—Son casi las nueve —respondo. Parpadea un par de veces y
frunce un poco el ceño—. ¿Todo bien? ¿Es por la abuela?
—Sí, me tiene preocupada. Siempre ha estado tan llena de
energía, ha sido tan vital que…
Mi hermana se queda callada. Se abraza a sí misma y su
mirada vaga de nuevo hacia el móvil.
—Julia —arranco y me siento en su cama—, ¿qué pasa? Noto
que hay algo más.
Uno de los grandes problemas de mi hermana siempre ha
sido esa ferocidad con la que guarda sus propios sentimientos. Incluso para
alguien como yo, hay ocasiones en las que sus emociones quedan encerradas tan
dentro de ella, que no es capaz de expresarlas en voz alta. No es hasta que
pasan unos segundos, que se confiesa.
—No es lo único, no… Aunque me siento culpable por no
estar centrando toda mi atención en la abuela.
—Eh, nada de culpas. —Alargo la mano y acaricio su
rodilla—. No podemos hacer mucho más por ella en estos momentos, ya lo sabes.
Venga, dime qué te tiene así.
Duda. Una expresión de tristeza ensombrece su rostro.
—Es que llevo unos días en los que noto raro a Mateo.
Así que es eso, el fotógrafo.
—¿Raro en qué sentido?
Se cruza de piernas y atrapa su pelo poniéndolo sobre uno
de sus hombros para acariciarlo.
—Lo noto distante. Lleva toda esta semana contestando mis
mensajes casi al día siguiente y me ha puesto excusas cada vez que he querido
quedar con él. No paro de pensar en qué he podido hacer para que se enfade
conmigo.
—¿Crees que está enfadado?
—No lo sé. Eso pienso. ¿Qué otra explicación puede haber?
—Puede ser por el trabajo.
—Eso es justo lo que me ha dicho.
—¿Y sientes que no te está diciendo la verdad?
Julia se lleva las manos a la frente y se la frota con
fuerza.
—Estoy siendo una exagerada, ¿no? Unos días en los que
está ocupado y yo me vuelvo una loca dependiente.
—No, no es eso. Si el instinto te dice que pasa algo,
hazle caso. Pero no te adelantes a los acontecimientos. Sé cómo piensas, creas
catástrofes en segundos y dejas que la angustia te devore.
—A veces se me olvida lo mucho que has crecido.
Las palabras de mi hermana me dejan sin aliento e intento
quitarle hierro al asunto.
—Bueno, estoy en desacuerdo. Mido lo mismo desde los
dieciséis años.
Consigo hacer reír a Julia y su sonrisa me contagia. Es
en mitad del cambio de humor de mi hermana que recibo un mensaje de Ginés.
Ginés: ¿Te gustaría ir a la bolera el fin de semana que
viene?
Hace bastante que no nos vemos. Aunque no sé si aceptar
su propuesta, me siento un poco nerviosa ante la idea de que se entere de todo
el tiempo que he pasado con Luque después de que me advirtiese del peligro que
supone Elio. Aunque, en realidad, tampoco es que yo haya buscado compartir el
tiempo con él. Quiero decir… se ha dado así, pero Luque… Luque me cae mal. Es
insoportable y un chulo y…
Mierda, qué lío tengo en la cabeza. No sé qué hacer. ¿Debería
decirle que no? ¿O debería aceptar su propuesta? ¿Y si llevo a Julia para que
se despeje? ¿Qué demonios hago?