Distancia Focal: Capítulo 20. El recuerdo de un hogar
El mango de la olla se parte y el
agua cae por todo el suelo. Soy lo bastante rápida como para que no me salpique
y me deje las piernas en carne viva.
—¿Estáis bien? —pregunto a las chicas. Ambas asienten.
—Eso ha estado cerca. Podrías haberte achicharrado —apunta
Lola.
Mi teléfono vuelve a sonar. Y esta vez sí, lo cojo para
ver de quién se trata. Es Ginés. Estoy a punto de contestar, pero decido no
hacerlo. Sigo con un sentimiento raro en el estómago tras lo que escuché ayer y
la prioridad ahora es Lola. Bueno, Juanito.
—Vale, a ver, voy a subir a por una fregona, vosotras
vigilad que nadie se mate mientras tanto —anuncia mi hermana.
Lola y yo asentimos.
En el transcurso de tiempo que le toma a mi hermana
subir, un par de vecinos abren el portal y nos encuentran a mi amiga y a mí
advirtiendo del peligro. Nos lanzan un par de miradas reprobatorias, pero no
dicen nada más solo cuchichean entre ellos mientras suben a sus pisos.
Julia friega todo a conciencia y yo cojo, con cuidado de
no quemarme, los restos de la cacerola.
—Era una de las favoritas de la abuela… —digo con pena.
—Mejor la olla que tú, Mena —replica mi hermana.
—Volvamos a intentarlo otra vez.
Regresamos arriba y repetimos todo el proceso. Cuando el
agua hierve de nuevo, ahora mejor preparadas, las chicas van abriendo puerta
tras puerta a mi paso y, ahora sí, llegamos a Juanito. Vuelco con cuidado el
agua en el golpe que ha hundido la chapa, luego Julia vierte el agua con
cubitos de hielo y escuchamos un extraño ruido… sin embargo, no ocurre nada.
—¿No se suponía que tenía que volver a su posición? —se
lamenta mi amiga—. Mi hermana me mata, me cuelga como un conejo, me despelleja
y se hace un abrigo con mi piel. Joder, mierda, mierdaaaaa —gime.
Se apoya en el coche, da un par de golpes a la chapa y…
¡Pum!
—¿Acabas de arreglarlo? —inquiere Julia con los ojos
abiertos como platos.
Lola empieza a reírse con histerismo.
—¡Juanito! —celebra Lola besando el coche—. ¡Vuelves a
ser tú!
Se voltea y me agarra de la cintura, elevándome en el
aire.
—¡Gracias, Jimena! ¡Gracias! ¡Eres la mejor!
Me pega la risa y disfruto con la reacción de mi amiga. Mi
hermana acaba sumándose al coro de risotadas sin poner evitarlo.
—Bájame, anda. Y vuelve a casa antes de que Paloma se
levante y haga la inspección de Juanito.
—Os debo una enorme, chicas, ¡una gigante!
Mi amiga no tarda mucho en subirse al coche y, con un
cuidado extremo, lo saca del sitio y emprende su camino de vuelta a casa.
—Vaya aventura de domingo por la mañana —dice al fin Julia.
Volvemos a reírnos—. Vamos arriba, hace fresco hoy.
Mi hermana se abraza a sí misma y emprende el camino a
casa comentando entre risas el momento del golpe en el coche y su estado a la
normalidad. Les contamos la hazaña a nuestros abuelos y les enseño la su olla
rota.
—Lo siento, abuela, sé que le tenías mucho cariño a esta.
—Menita, no pasa nada. Lo importante es que estás bien y
no te has quemado —responde ella con cariño y alzando la mano para acariciarme
el brazo.
Aun así, no puedo evitar sentirme fatal. Esa cazuela de
peltre con flores pertenece al conjunto que mi abuela compró cuando se mudaron
a esta casa. Para ella significa nuevos comienzos, hogar, y yo la he roto.
En la cocina, recojo la cazuela rota e intento ver cómo arreglarla.
Pero no tengo ni idea y encima el agujero que ha dejado el mango es enorme.
—¡Ya estoy en casa! —anuncia mi padre—. He traído la
comida.
Al llegar al salón lo veo cargando con un par de bolsas de
un comercio cercano.
—¡Qué bien huele!
—La presidenta de la asociación me lo ha recomendado
mucho y he picado. Resulta que los dueños son una pareja joven que se ha
lanzado a hacer comidas caseras y me ha parecido buena idea contribuir.
—¿Qué tal ha ido hoy el voluntariado? —me intereso—. Siento
no haber ido contigo.
—Cariño, no pasa nada, tu amiga te necesitaba. ¿Al final
ha salido todo bien?
—Sí, bueno…
Le muestro la cacerola. Su ceño se frunce y su boca se
tensa.
—¿Y eso? ¿Qué habéis hecho?
—Calentar agua, pero la pobre no ha podido…
Al escuchar mi tono de voz derrotado, se relaja.
—Bueno… tiene casi tantos años como yo, creo que bastante
ha durado. ¿Os habéis hecho daño?
—No, ha sido un accidente sin heridos.
—¡Papá! —Julia aparece y lo abraza—. Qué de cosas. —Curiosea
entre los platos y sonríe al ver uno de ellos—. Las croquetas tienen muy buena
pinta.
—Venga, pongamos la mesa y a comer.
Eso hacemos y en menos que canta un gallo, estamos
disfrutando de la sabrosa comida. Debo admitir que está todo buenísimo y entre
bocado y bocado, mi padre nos relata su mañana.
—Hoy tocaba hacernos las fotos para el calendario que
vamos a vender en el mercadillo y dos chicos muy majos han venido a hacérnoslas.
El fotógrafo es buenísimo, me ha enseñado algunas de las instantáneas y, la
verdad, todo un genio.
La cara de mi hermana se entristece. Sé que piensa en
Mateo. Sigue sin contestarle a los mensajes y cuando lo hace es muy tirante.
—Cariño, le he pedido el número para que hagas alguna
sesión con él, ¿qué te parece?
Julia se queda pálida.
—¿Qué?
—Sí, ya que tu amigo últimamente tiene mucho trabajo,
quizá este chico pueda hacerte un hueco.
Ella niega con la cabeza.
—No, papá, de veras. Ahora no es un buen momento. En la
tienda tenemos mucho trabajo y no… no voy a poder sacar ni una tarde, tengo que
priorizar el puesto que paga las facturas.
Mi padre aprieta la mandíbula y su gesto se transforma a
uno serio. Decido que tengo que intervenir para darle tiempo a mi hermana a
recomponerse.
—¡Esto está divino! Vas a tener que darle las gracias a
la presidenta de la asociación.
—Si la próxima vez me acompañas, podrías dárselas tú.
Carlota es una mujer extraordinaria.
Una chispa cruza la mirada de mi padre y las comisuras de
mi boca se alzan. ¿Mujer extraordinaria? ¿Puede ser que a mi padre… le guste la
presidenta de la asociación?
Mi teléfono vibra y recuerdo que no he contestado a la
llamada de antes de Ginés. Esta vez tengo un mensaje. Pregunta qué tal llevo el
domingo y si me gustaría hacer algo esta tarde. A la sensación extraña de
antes, se suma que cuando miro a mi hermana, me doy cuenta de que me necesita. Respondo
de manera negativa y aparto el teléfono. Me quedo pendiente para ver si tengo respuesta
por su parte, pero, si bien lo lee, no me escribe.
Al terminar de comer, Julia y yo nos encargamos de lavar y
recoger. Momento que aprovecho para tener una pequeña charla con ella.
—Jules… —la llamo.
Ella intenta mantener una sonrisa, pero se nota mucho que
es fingida.
—¿Sí?
—¿Por qué no haces caso a papá y llamas al fotógrafo?
Quizá…
Se le resbala el vaso que está enjabonando y cae sobre la
pila con un golpe seco. Por fortuna, no se resquebraja.
—Mena, sabes que no es un buen momento. Con las fiestas a
la vuelta de la esquina y la cantidad de horas que voy a tener que hacer en la
tienda, es imposible.
Vuelve a coger el vaso y retoma su actividad. Mantiene la
mirada fija en la pila y se resiste a mirarme.
—¿Es por Mateo?
Julia se queda muy quieta. Se toma un par de segundos y,
cuando contesta, alza la mirada y sus ojos tristes se clavan en los míos.
—¿Mateo? No, no. Es solo por el trabajo, en serio. Deja
de preocuparte tanto. —Frunzo el ceño—. Bueno, esto ya está. Voy a ver si la
abuela necesita algo.
Es así como me deja ahí plantada terminando de secar los
vasos y con una horrible sensación de desasosiego.
***
Otro día más en clase, Machado
vuelve a ser la voz cantante y nos informa de los avances que hemos hecho en
cuanto a la recaudación. Aunque debo admitir que mis ojos están pendientes de
la pantalla del ordenador que tengo justo delante.
Jimena lleva desde que se ha sentado esta mañana buscando
en todo tipo de sitios web de segunda mano lo que parecen ser cacerolas de esas
antiguas en blanco pintadas con flores. De vez en cuando saca su teléfono y
comprueba algo para luego negar con la cabeza y soltar un leve ruidito de
fastidio.
—Así que de cara al mercadillo vamos a necesitar a gente
que nos eche una mano, porque habrá dos turnos, yo estaré en el de la mañana y
Jimena en el de por la tarde. —La chica alza la cabeza al oír su nombre y
parece reengancharse en la conversación—. ¿Personas voluntarias?
Un par de manos se alzan y cuando Jimena se gira para ver
quiénes lo han hecho, sus ojos marrones se posan en los míos y siento el impulso
de levantar la mano y presentarme como voluntario. Sin embargo, me tomo un par
de segundos, la fecha coincide con el mercadillo de la asociación y yo les
había prometido a Carlota y a Mateo que estaría allí.