Distancia Focal: Capítulo 6. El teléfono escacharrado

 


Doy un paso tras otro hasta que termino junto a Ginés. Su pelo oscuro y lacio le cae encima de los ojos claros, intensificados por el sol del día. Es guapo y esa mueca dulce de su rostro le otorga una inocencia misteriosa que me causa curiosidad.

—Hola —dice él con una medio sonrisa.

—Hola —respondo acariciando la arena con los pies.

—¿Dando una vuelta por la playa?

—He quedado con unas compañeras de clase —contesto apretando los labios—, algo de los «nueve baños».

—Los nueve baños de septiembre para curarse en salud —me explica con sabiduría—. Es una tradición y un remedio casero, por así decirlo. Nueve baños, en nueve días seguidos en el mar y ni un catarro tendrás.

Me rio.

—Vaya, no lo sabía.

—Eso es porque eres una chica de secano.

Dobla la esquina de la página en la que estaba y cierra el libro. Me estremezco. No me gusta nada que la gente doble o pinte los libros, ni siquiera los de texto, aunque tomo el gesto como una invitación a sentarme con él.

—¿Por eso has venido tú también? ¿Leer y protegerte de los resfriados de este invierno?

—Lo cierto es que no me gusta mucho bañarme en el mar —admite con una mueca incómoda—. Vengo a leer, a ver a la gente pasear, pero intento mantenerme alejado del agua.

—Así que el de secano eres tú —lo acuso dándole un pequeño golpe en el hombro con el mío.

—Aquí hay poco que hacer. Málaga se queda pequeño para lo que quiero —dice con un destello en la mirada—. Seguro que tú ya estarás aburrida.

Permanezco en silencio durante un breve instante, reflexionando en el tiempo que ha pasado desde la mudanza, en cómo estoy viviendo esta nueva vida. Al final sonrío.

—Tengo que confesarte que no. Sí que el ritmo de vida es distinto, pero Madrid a veces es… asfixiante.

—Eso lo dices porque has vivido toda tu vida en la capital. Verás cómo en unos meses te cansarás de la calma y querrás algo más, algo mejor.

Voy a replicar, cuando observo que su rostro cambia de pronto. Toda la luz que tenía hasta hace un momento y su actitud relajada se esfuman. Sigo la trayectoria de su mirada y me percato de que, a lo lejos, caminando por la orilla, están Elio y sus amigos.

—¿Todo bien?

Ginés aprieta la mandíbula y su espalda se curva, como un gato a la defensiva.

—Sí, sí…

Pero sus ojos siguen fijos.

Ainara se percata de nuestra presencia. Su caminar se ralentiza hasta que agita la cabeza y toma del brazo a Elio que, ignorando la situación, acoge con un abrazo a la chica.

—Hace poco que me he mudado y estaría bien saber a quiénes no debería acercarme —expreso confidente.

Ginés gira su rostro y puedo ver en él la indecisión.

—No me gusta hablar mal de la gente, si te soy franco.

—Tampoco es que Elio sea de mi agrado… —insisto para ver si así él cede.

Aprieta los labios. Sigue con un actitud tensa, aunque intenta dulcificar sus gestos hacia mí. Justo cuando parece que va a hablar, mi teléfono nos interrumpe. Lo saco y comprobamos que es Emma. Lo dejo sonar, sin embargo, Ginés se levanta rápido y se aleja.

—Tus amigas estarán preocupadas y yo tengo que marcharme. Nos vemos la próxima vez.

No soy lo bastante rápida como para lograr ponerme en pie e ir tras él. Emma insiste y lo cojo.

—¿Estás bien? ¿Te has perdido?

—No, tranquila, es solo que me he entretenido.

—Puedo ir a por ti —se ofrece.

—Oh, no te preocupes, ya casi estoy.

Escucho cómo ella sonríe relajada y la intranquilidad se esfuma de su timbre de voz.

—Perfecto. Hemos comprado algo de beber y de comer.

Lanzo un último vistazo al extremo de la playa por el que Ginés se ha marchado y dejo escapar el aire.

—¡Date prisa que el tinto de verano se calienta! —chilla por detrás Lola.

Retomo mi camino y no tardo mucho en localizarlas. Descansan a unos pocos pasos del agua, con una gran sombrilla y con sus toallas tiradas sobre la cálida arena.

Cosas del destino, el campamento que han montado las chicas está muy cerca del que tienen Elio, Biel, Ainara, Alex y Dylan.

—Perdón por la tardanza, es que me he cruzado con Ginés. El chico con el que me viste el otro día en la lavandería de Machado —explico mirando a Lola.

—¿Ginés Serrano? ¿El del turno de tarde? —pregunta Emma mirando a su amiga.

Lola mueve la cabeza en señal de afirmación.

—¿También hace Filología? —curioseo.

Yo extiendo mi toalla y me quito el vestido para quedarme en bikini. Emma se incorpora, quedando sentada, y yo me pongo junto a ella.

—Sí, pero está en cuarto y en el turno de tarde —indica Lola—. Os vi el otro día y confieso que me sorprendió —comenta bajando la voz y cerrando nuestro círculo.

—¿Por qué? Quizá alguien lo invitó, vi que había gente que no era de clase.

Lola se pinza el labio inferior, en un intento por contenerse.

—Pues… a ver… —Pone cara seria—. Me pareció raro porque estaban Elio y sus amigos. Aunque supongo que eso a Machado le dio igual, para él cuanta más gente, mejor.

—¿No se llevan bien? —digo haciéndome la ingenua, como si hace cinco minutos no hubiese vivido ese momento de tensión junto a Ginés.

—Me faltan datos, porque yo iba a otro instituto, pero fue bastante sonado por todo Málaga —arranca al fin, entregada al cotilleo. Veo cómo Lola disfruta con mi atención. Es una narradora de primera—. Resulta que Elio y Ginés eran mejores amigos. Allá donde estuviese uno, iba el otro. No sé muy bien cómo ni por qué, supongo que la gilipollez de la adolescencia, pero empezaron a juntarse con lo peor de la ciudad, en serio… lo peor. —Puedo ver a Luque en ese ambiente, da el perfil por completo con esa chulería insoportable. Sin embargo, ¿Ginés? No tiene pinta de ser una persona problemática. Por lo poco que he interactuado con él, me lo imagino como alguien tranquilo. Incluso antes ha preferido permanecer callado a decir nada malo de nadie—. Pues poco después a Elio lo pillaron robando en la casa de un magnate. Se lió una buena y terminó en el reformatorio. Todo lo que pasó entremedias es un total misterio, pero las malas lenguas dicen que acabaron fatal y que Ainara estuvo en medio. Desde entonces, siempre que están los dos en una misma sala… se instaura una tirantez bélica.

Pienso en todas las posibles razones que llevarían a dos tíos a pasar de ser mejores amigos a odiarse a muerte y más con el factor Ainara de por medio y solo se me ocurre una cosa.

—¿Un posible triángulo amoroso? —sugiero.

—Es mi apuesta. Esos dos siempre han tenido un vínculo especial —dice moviendo la cabeza hacia el mar, en donde Ainara está subida sobre la espalda de Elio y juegan a intentar tirar al agua a Biel y su hermano.

Los observo. A primera vista no parece que haya nada romántico entre ellos. Sí, se tienen mucha confianza, aunque no diría que fuese…

Mierda, me ha visto. ¡Aparta los ojos de él, Jimena! Joder, me ha guiñado un ojo. Maldito descarado. Después de la que me lió el otro día en la tienda.

—Lola, creo que estás dando por sentadas muchas cosas —se apresura a cortar Emma y yo desvío la atención de esos ojos verdes—. No sabemos nada de lo que ocurrió y esto es como el teléfono escacharrado.

—Vale, tienes razón. —Lola se dirige a mí—. Es lo que supuestamente ocurrió —tercia—. Además, pasó hace años, apenas tenían dieciséis o diecisiete. Las cosas han cambiado mucho. Por ejemplo, Elio ahora es uno de los coquitos de clase, el año pasado sacó una de las mejores medias de la carrera.

—¿En serio? —reacia a creer que ese ser pueda juntar más de dos y dos.

—Muy en serio. Hizo temblar a Emma.

Giro el rostro, intrigada.

—Estoy luchando por obtener una beca Fullbright y piden a los mejores de los mejores.

—Aquí donde la ves, no para de intentar hacer méritos para poder tener un currículum de lujo y poder irse.

—Es una oportunidad única —se defiende la chica—. Me abriría prácticamente todas las puertas que quisiera tocar.

Ellas se enzarzan en una pequeña riña, no obstante, mi cabeza vuelve a la expresión de Ginés antes de marcharse, al pasado de Elio en el reformatorio y al papel de Ainara en todo esto. Y quizá no debería, pero me siento demasiado interesada en saber la historia que comparten esos dos.

 



Condenada sea.

Me ha quitado el sitio.

¿En serio ha llegado media hora antes a la universidad solo por hacerse con el asiento? Lo reconozco, la madrileña es perseverante, insoportable, pero perseverante.

—Buenos días —dice cuando paso por su lado con un retintín que me exaspera.

La veo segura en su victoria, con la comisura derecha de su boca alzada con picardía. Yo respondo con un gruñido y tomo asiento justo detrás de ella, dejándome caer y haciendo crujir la bancada con mi peso.

Biel cruza el umbral de la puerta diez minutos después junto con Alex y se ríen al ver que Jimena está en primera fila.

—¿Es esto el juego de las sillitas? —pregunta Machado cuando hace aparición. Tiene un aspecto horrible, ha debido de pasar el fin de semana de fiesta en fiesta, pero ha tenido los huevos de venir a clase.

—Hueles a licorería barata —indica Lola pasando por su lado.

—De barata nada. Los mejores locales de Marbella —presume, sin darse cuenta de lo ridículo en su pose.

—¿Esto que os traéis va a durar mucho? —susurra Lola que ha pillado asiento a mi lado y está sacando su portátil.

—Eso depende de tu amiguita y de si deja de ser una arrogante presuntuosa que se cree por encima de los demás.

Jimena bufa. Me ha escuchado, aunque tampoco es que me haya cortado mucho con el volumen de voz. Que se entere, no es ninguna mentira. Es una maldita cabezota.

—Todo el mundo a su sitio —ordena Don Mauro—. Hoy arrancamos con la deshumanización y la importancia de la obra de Ortega y Gasset.

El hombre coge una tiza y escribe con mayúsculas en la pizarra el nombre del ensayista y filósofo. Gira sobre sus talones y se coloca las manos a la espalda.

—¿Qué pueden decirme sobre él?

No me sorprendo al ver la mano de Emma y la de Jimena levantadas.

—Señorita León.

—Fue uno de los autores que más influyó a la denominada Generación del 27 y de él destacaría dos obras: La España invertebrada y La deshumanización del arte —responde sin titubear.

—Y, señorita Miró, ¿qué podría decirnos de esa última?

La pelirroja se aclara la garganta, yo me concentro en su nuca descubierta y en los mechones que se escapan del moño que se ha hecho hoy. Se me cruza el extraño pensamiento de cómo sería pasar la mano por su cuello y colar mis dedos entre su pelo.

Mi corazón repiquetea y muevo la cabeza de un lado a otro. ¿Qué cojones?

—Se trata de un ensayo en el que se reflexiona sobre la ruptura que supone el nuevo arte de vanguardia frente a la tradición artística y cómo es aceptada por parte del público.

—Así es —corrobora el profesor. Se me escapa una sonrisa, es una resabidilla—. En La deshumanización del arte se analiza el desapego que tiene la población por el arte contemporáneo de la época. Se trata de un movimiento impopular, que a la mayoría de la gente no gusta. Pero esto no importa a sus creadores porque no quieren agradar al público. ¿Cómo creen que afectó esto a la literatura? ¿Cómo afectó a la novela?

No tarda en crearse un debate abierto en mitad de la clase, en el que yo mismo participo y me gano un par de miradas de aprobación por parte de Jimena, pese a que intenta disimularlo torciendo el morro.

La hora vuela rápida, intensa e instructiva. Adoro cuando un profesor consigue darme eso. Y sí, es verdad que a Don Mauro alguna vez se la he liado, pero porque me dejo llevar cuando algo me apasiona tanto como la literatura.

—Ey, ¿vamos a la cafetería? —sugiere Biel.

—Os pillo después. Me quiero pasar por la biblioteca a coger un libro. He visto en el catálogo que solo queda un ejemplar y lo voy a necesitar para la práctica que nos han mandado.

—Tío… que estamos en septiembre, relaja un poco.

—Para estar relajado todo el año y no comerme el flexo en las recuperaciones, como haces tú, prefiero llevar al día las cosas.

Okay, tú ganas. Pero pásame luego los apuntes.

Se me escapa una risotada. Ni de coña.

Salgo de la facultad y me dirijo a la biblioteca general de la universidad. No tardo más de cinco minutos y al abrir las puertas me encuentro con la enorme cascada de libros. Es una obra que me fascina, lo admito, y me encantaría tener algo así algún día en mi casa. Una locura, pero una pasada. Miles de libros flotando y creando una gigantesca torre. Y es que La biblioteca de Babel de José Ignacio Díaz de Rábago no puede dejar a nadie indiferente.

Dejo de apreciar la escultura y subo hasta la segunda planta. Reviso entre los estantes hasta que veo a un par de librerías de distancia la referencia que busco.

Giro por el pasillo y me encuentro con una cabeza anaranjada (y cada vez más conocida) de puntillas, intentando alcanzar uno de los libros. No uno cualquiera… sino el libro que necesito.

Me muerdo el labio inferior y la veo batallar durante un par de segundos más, alargando sus finos dedos para intentar agarrar el ejemplar. Aprecio la forma en la que su hombro izquierdo queda descubierto gracias a que su camiseta se ha deslizado por su brazo. Me fijo en el pequeño camino de pecas que salpican su piel y que juegan a crear formas en su espalda.

Está a punto de lograrlo y atrapar el libro, cuando se lo arrebato de las manos.

—Oh, gracias por… —La cara le cambia de manera radical—. Dámelo.

—Jimena, esos modales —la reprimo chascando la lengua.

—Luque, lo que te dije el otro día en la tienda de que me podías joder en la universidad, no era una orden —refunfuña.

Aprieta los puños y por un segundo temo que pueda llegar a pegarme un puñetazo. Es muy capaz de noquearme, estoy seguro. Le sacaré una cabeza y media, pero Jimena podría, vaya si podría…

—Ah, ¿no? —jugueteo con voz grave. Su mirada me fulmina.

—Dame el libro, lo necesito para el trabajo.

—Yo también. Podemos compartirlo —sugiero alzando las cejas un par de veces. Sé que eso la va a enfurecer y me gusta ver la manera en la que pierde los papeles.

—Una mierda, he llegado antes. —Ahí está, otra vez ese fuego en sus ojos que hace que sus iris castaños clareen hasta dar reflejos anaranjados.

—Pero yo lo he cogido. —Le pongo el libro en la cara e intenta arrebatármelo. Soy más rápido.

—Dame el libro —vuelve a exigir.

—Me debes una camiseta, los apuntes, un café y un chapuzón —enumero y me apoyo con calma en la estantería.

Ella intenta volver a coger el libro, pero alzo la mano y lo balanceo sobre su cabeza.

—Elige, Jimena, ¿compartimos el libro como gente civilizada o me lo llevo?