Distancia Focal: Capítulo 7. ÉL
Aprieta los dientes y gira el rostro, buscando alternativas, resistiéndose a hacerme caso. Sé que lo hace por cómo estruja los pequeños puños contra sus costados. Sonrío de medio lado, admirando la lucha interna que hay en ella.
—Está bien. Lo compartiremos.
Ando hasta una mesa cercana y
saco mi portátil con la mirada muy atenta en el libro. No me fio de que no lo
coja y vaya a salir corriendo. Pero no lo hace, aunque sí que arrastra la silla
de mal humor y se desploma en ella.
Jimena también saca su portátil
y un cuaderno. Sé que le gusta escribir a mano, no solo porque la haya visto en
clase, sino porque siempre lleva los dedos llenos de tinta.
Soy el primero en tomar el manual,
con un bufido de rabia por su parte y anoto un par de cosas con mi teclado.
Ella escribe en una hoja de papel. La contemplo por encima del ejemplar y me
fijo en cómo humedece sus labios y saca la lengua mientras lo hace.
Eleva la mirada al pillarme y
frunce el ceño.
—¿Puedes dejar de acapararlo?
—Aquí tienes.
Le cedo el libro y mi mano roza la suya. Me lo aparta con tirón borde, pero me hace reír mientras me lanza una mirada matadora.
Escribe mil apuntes más que yo
y veo cómo rápidamente su ordenador se llena de notas y en su cuaderno un
esquema cada vez más grande va tomando forma.
—Eres consciente de que es un
trabajo de diez páginas como máximo, ¿verdad? —le advierto.
—¿Me he metido yo con cómo haces
las cosas? —Voy a contestar, sin embargo, es tajante y me corta—. ¿No estarás
intentando copiarte?
Yo me aparto de ella y me
percato de lo cerca que estaba de su cuerpo.
—Madrileña, está feo acusar.
Encima que estoy compartiendo el libro contigo.
—Ese del que has mirado tres
líneas…
—¿Me estás llamando flojo? Ya
estamos con el «todos los andaluces sois unos vagos».
—No he dicho eso, idiota.
Además, mi padre es malagueño.
—Pues vaya hija malapipa
ha tenido. —No se corta y me da un manotazo—. Aunque esa mala hostia es muy
malagueña.
Lucha por no reírse, aunque en
las mejillas le salen un par de hoyuelos. Otra vez veo el fuego en esos ojos
castaños y algo en mitad de mi pecho me pide que lo avive, que quiere verla
estallar.
—Te aseguro que no quieres
verme enfadada —amenaza.
—¿Estás segura? El otro día en
la tienda con la corbata te vi muy entregada.
—¿Es así como ligas con todas
las tías que tienes por delante? ¿Siendo insufrible?
—¿Eso es lo que estamos
haciendo, Jimena? ¿Estás ligando conmigo?
No sé cómo lo hemos hecho
porque la distancia entre nosotros vuelve a ser muy corta. Su brazo roza el mío
y ella traga saliva. Me humedezco los labios y me los mira. Sonrío, adulado y
satisfecho con su reacción. Aunque a lo mejor he sido demasiado rápido en sacar
mis propias conclusiones porque en cuanto ve mi sonrisa, Jimena se aparta y
vuelve a posar la mirada en el libro con desdén.
—Esa sería la peor de mis
pesadillas. Eres tan prototípico… tan… chico de Wattpad.
—¿Chico de qué? —lo expresa con
tanto asco que consigue captar mi interés.
—Wattpad.
—¿Qué es eso?
Pone los ojos en blanco,
frustrada. Deja el manual un segundo sobre la mesa y se vuelve para
enfrentarme.
—Un sitio donde encajarías demasiado
bien como el protagonista de alguna malísima novela escrita por alguna rarita
encerrada en su habitación a la cual casi no le da la luz del sol.
La miro, más perdido que antes,
¿qué mierdas acaba de decir? Jimena suspira, exasperada.
—Es una plataforma en la que la
gente escribe sus propias historias. Y tú encajas dentro del perfil mayoritario
que tienen los personajes masculinos.
—¿Y cuál es? —pregunto con
absoluta curiosidad.
—Un chico malo, bastante chulo,
que se piensa que tiene a todas las mujeres que lo rodean prendadas de él por
lo guapísimo y buenísimo que está.
—Es la segunda vez que insinúas
que te parezco atractivo —respondo con la voz grave.
—¿Eso es todo con lo que te
quedas? —Toma aire con fuerza por la nariz y la veo sostener el libro con tanta
fuerza, que la portada cruje.
Voy a replicar y a explicarle
que quizá esa pueda ser la primera impresión que doy, pero que no tiene nada
que ver conmigo. Bueno… ya no, al menos la parte de chico malo. Hace años que
dejé todo eso de lado, soy un tío legal, no busco líos ni voy a provocarlos.
Sí, con ella a ratos me he
comportado como un capullo, pero porque Jimena es una fuerza que combate con mi
propia fuerza. Hay algo en ella que me atrae como la gravedad y que veo cuando
la hago de rabiar, cuando deja de lado la fachada de niña buena.
Lo vi aquella mañana en la que
me tiró el café encima y todas esas otras veces en las que no puede morderse la
lengua, no solo conmigo, sino con todo el mundo.
Pero entonces lo veo. Está a un
par de pasillos de donde estamos sentados. Ginés. La amarga sensación que se
ancla en mi estómago me pone la piel de gallina y me pongo a la defensiva. Todo
mi buen humor se esfuma, los recuerdos, el dolor y la traición me nublan.
Él se percata de dónde estoy.
Sus ojos azules, llenos de resplandor, de una luz que me cegó, me analizan con
cuidado. Incluso percibo la pequeña sonrisa que hace la comisura derecha de su
boca.
Tengo
la sensación de estar viviendo una escena desde otra perspectiva. Un extraño déjà
vu que me paraliza. Me encuentro a Ginés al otro lado, sé que es la persona
que ha causado el cambio radical en la actitud de Elio. Es como una especie de
animal, aunque desconozco su estado: no sé si es amenaza lo que veo en él o…
miedo.
El chico no nos quita el ojo de
encima, pero no se acerca. Sin embargo, no se corta a la hora de lanzarme un
saludo con un leve gesto de su cabeza.
Luque se tensa a mi lado y
Ginés desaparece entre las estanterías.
—¿Lo conoces?
No me tiene que decir a quién
se refiere.
—Sí, en la fiesta de Machado me
ayudó a secarme después de que me tirases a la piscina —lo acuso. Descubro cómo
las venas en sus antebrazos se marcan contra su piel.
—¿Estuvo en la fiesta? —Casi no
separa los dientes a la hora de hablar.
—Sí.
Blasfema, pese a que no
entiendo sus palabras con exactitud. De pronto, se levanta del asiento y recoge
con una rapidez que me asombra.
—¿Ya no vas a necesitar el
libro?
—He terminado por hoy, es todo
tuyo.
Y se marcha sin más.
* * *
—Dobla bien la camiseta o Claudia
va a regañarte —me avisa mi hermana.
—Perdona, no sé dónde tengo la cabeza.
—Mena… ¿va todo bien? Desde que
has llegado hoy de clase estás como… ida. ¿Ha pasado algo? ¿Necesitas ayuda?
—Estoy bien, solo muy cansada.
Julia me echa un vistazo
rápido. No me cree, pero tampoco presiona. Aunque sí que me doy cuenta de que
ella está más contenta que de costumbre.
—¿Y a ti qué te pasa? —Disfrazo
mi ánimo y saco una sonrisa.
—Pues, es que el fotógrafo va a
venir a recogerme después del trabajo.
Aguanto un chillido de emoción.
Mi hermana se mantiene cohibida y solo puede percibirse su emoción en ese leve
tono rosáceo de sus mejillas que sube hasta casi la raíz de su pelo.
—Estás nerviosa, ¿verdad?
—Atacada —dice con casi un
susurro de voz.
—Jules, tienes una cita y no me
lo habías contado. ¡Mala hermana!
—Tampoco sé si es una cita.
—ES una cita. ¿Por qué lo
dudas?
—No sé, supongo que es porque
estando relacionado con el trabajo me da un poco de miedo que las cosas salgan
mal o que pueda llegar a pensar que no me gusta lo suficiente o que…
—Para el carro —reclamo al ver
que acelera sus palabras—. No lo pienses tanto, además es solo una cita.
Julia sonríe, comedida, pero
por su mueca sé que esto para ella no es solo una cita. Siempre ha sido una
persona demasiado enamoradiza y no son pocas las ocasiones en las que le han
roto el corazón. A veces me gustaría otorgarle parte de mi rudeza, de la coraza
que tengo, porque Julia siempre ha sido de ir con el corazón por delante y yo
con mi cabezota.
El resto de la tarde me la
encuentro fantaseando con la cita, lo sé por el modo en el que de vez en cuando
mira de lado y se pierde en sus propio mundo. Me gusta que mi hermana sea así,
que siga manteniendo esa parte suave, sin espinas ni vértices. Por eso, y pese
a que mi turno termina dos horas más tarde, cuando la veo ir al vestuario a
cambiarse, la persigo con la mirada.
Estoy a punto de perderla antes
de irse, pero la felicidad que irradia capta mi atención y la observo caminar
con la cabeza en alto, sin pretensiones y aun así cargada de ese aura de
absoluta belleza.
No tardo el localizar al
afortunado que va a cenar con mi hermana. Es un chico negro, que tiene su pelo
muy corto, a conjunto con una espesa barba que enmarca sus labios. Su sonrisa
es sincera y sus ojos, de un curioso tono miel, contemplan a mi hermana con
cariño. Admito que el chico es atractivo, entiendo por qué a Julia le ha
llamado la atención. Pero no es solo su aspecto físico.
Tiene un toque elegante a la
hora de moverse, pese a lo alto y grandes que son sus espaldas. Sus manos se
mueven nerviosas alrededor de ella y compruebo cómo se rasca la nuca un par de
veces, intentando no verse nervioso, pero fallando estrepitosamente. Es
adorable. Los dos juntos son adorables y ambos sonríen felices de ver al otro.
—¿Es ese el novio de tu
hermana? —pregunta Claudia pasando por mi lado.
—No, aunque espero que lo sea
pronto.
* *
*
He terminado quedándome hasta el
cierre y admito que estoy agotada. Lo que peor llevo es el dolor de pies y el
de cara. Sonreír como una idiota tantas horas pasa factura. Mi última sonrisa
se la dedico a Claudia cuando me libera y se despide de mí hasta mañana.
Arrastro los pies por Larios que sigue llena, cruzándome
con infinidad de grupos de gente que se adentran hacia los restaurantes y
garitos. Es hora de que la multitud socialice y Málaga se llene de otro tipo de
ruido: el de las voces de alegría de quien termina el trabajo y quiere darlo
todo en este otoño que empieza a acogernos.
Mi teléfono suena y descubro con una enorme sonrisa de
quién se trata.
—¿Es este el teléfono de Jimena Miró Ruiz? —Es lo primero
que suelta nada más descuelgo.
—Hola a ti también, Gaia —digo feliz de escucharla.
—Llevo esperando tu llamada tres días. ¿Tan ocupada estás
ahora en la costa que te olvidas de tu amiga de la meseta?
—Sabes que jamás podría olvidarte, G.
—Espero que tengas una buena excusa para no haberme llamado
y que sea de un metro noventa y esté buenísimo.
—No, querida. Solo estoy hasta arriba de obligaciones.
—Oh, vamos, ¿ni un chico? —Hago una pausa demasiado larga
y a mi cabeza acuden dos: Elio y Ginés.
—No, ninguno.
—¡Serás mentirosa! Si has tardado tanto en contestar es
porque hay alguien. ¡Suéltalo!
—Es que… hay un par de chicos que…
—De dos en dos, como a mí me gusta —suelta—. Perdona la
interrupción, es que me tiene que bajar la regla y ando un poco más acelerada
que de costumbre.
—No será por tu vecino, ¿verdad? —la pico. Gaia lleva
toda una vida con una tensión extraña con su vecino e hijo de la mejor amiga de
su madre.
—No estamos teniendo esta llamada para hablar de ese…
cabeza hueca rubio estirado hijo de Satanás —dice con rabia—. Puedes empezar a
contar, estoy haciéndome la cena y va para largo. No te dejes ningún detalle.
Utilizo mi vuelta a casa para relatarle todo con pelos y
señales. Siento como si estuviésemos en una de esas tantas tardes, quejándonos
de todo y repitiendo historias que ambas hemos vivido, pero que siempre
recordamos.
Es mi mejor amiga desde que tengo uso de razón, así que
recibió la noticia de mi mudanza con una tristeza y drama exagerados, muy de
Gaia, pero cuando le dije que podría venir a visitarnos cuando quisiese, su
tristeza la invirtió en ver cómo conseguir los billetes de tren más baratos.
—Así que este chiquito no para de ir a por ti y a la vez
tiene una especie de pasado oscuro con otro chico que parece majo. Y tus
sospechas son de un triángulo amoroso que salió mal.
—Esa es la teoría —digo entrando en el autobús.
—Y yo pensando que estarías haciendo ganchillo con tu
abuela y tu abuelo. ¡Pero si tienes montado una trama que ni las de Jane
Austen!
—No metas a la pobre Jane en esto. Sus historias no
tienen comparación con toda esta mierda de situación. Ya quisiera Elio ser Mr.
Darcy. Maldito prepotente que se piensa guapo.
Y a mi recuerdo vienen sus labios, la forma en la que en
la biblioteca se los ha humedecido.
—Mena… —me llama. Su tono me pone en preaviso—. ¿No será
que a ese chico le gustas?
—Ni de coña. Solo es un idiota que necesita que alguien
le pare los pies.
—¿No será esto un «los que se pelean se desean»?
—Gaia, no. Y ni se te ocurra repetir eso. Sabes lo dañino
que es esa maldita expresión y lo que la odio.
—Tía, vale, calma. Es solo que en ocasiones la atracción
nos puede volver un poco locos y esas tensiones terminan por salir de la peor
manera.
—Antes de liarme con él me hago monja, fíjate lo que te
digo.
—Sor Jimena de las almas perdidas.
—¡Me gusta!
Ambas nos reímos, para luego dejarnos envolver por el
silencio de la línea de teléfono. El trayecto en el bus se me hace corto
teniendo a Gaia al otro lado.
—Sabes que puedes venir a visitarme cuando quieras, ¿no?
—En cuanto tenga las fechas de los exámenes y arreglada
la agenda, no te libras de mí.
—Espero que sea pronto.
—Lo será y espero que al llegar me presentes a todos esos
amigos y amigas que estarás haciendo. Recuerda lo que me prometiste: nada de
centrarte tanto en tu padre y abuelos que no vivas tu vida.
Sus palabras me pillan saliendo del vehículo. Camino con
paso lento, ya en mi calle, a solo unos metros del portal. Echo muchísimo de
menos a Gaia, no he tenido casi tiempo de pensar en ello por la vorágine en la
que he vivido desde que llegamos a Málaga, pero… ahora mismo me doy cuenta de
cómo extraño su contacto.
—Lo sé, lo sé… Lo estoy haciendo. Tengo ya a dos medio
amigas.
—Cuando yo vaya tienen que ser enteras.
Vuelvo a reír. Gaia es la mejor. Unos minutos después,
colgamos. Reviso mis chats. Mi mejor amiga me ha mandado un par de audios nada
más colgar, como si una llamada de veinte minutos no hubiese sido suficiente. Respondo
con rapidez y veo que también tengo un par de mensajes del grupo que Lola ha
creado con Emma y conmigo, a las que también contesto.