Distancia Focal: Capítulo 9. ¡TRES!

 


No sé el segundo exacto en el que mi mano arroja el vaso al suelo y agarra con firmeza la de Elio, pero en el instante en el que sus dedos se cierran entorno a mi piel, echamos a correr. Mi corazón se acelera al paso de nuestra carrera.

Soy capaz de escuchar a los policías gritarnos, sus pasos acechan cerca y temo que si miro por encima de mi hombro puedan atraparnos, por lo que me centro en Luque.

Estoy segura de que si fuese solo ya habría dado esquinazo a la poli, es rápido, mucho, y tiene una zancada enorme que me hace tropezar en alguna ocasión. Giramos la esquina de un bloque y veo que se detiene en un portal para intentar abrirlo. Sin mucho éxito…

—¡Joder, que nos van a pillar! —lo apuro en un susurro exasperado.

Él no me contesta, pero el vistazo que me lanza es suficiente para que me quede callada. Las luces al final de la calle me alertan de que la policía se acerca. Elio ya ha pasado al siguiente portal, que también está cerrado.

—Deberíamos seguir corriendo.

Veo a un par de policías a pie detrás de un grupo de chicos que, debido a su estado etílico, no son capaces de correr. Y justo en ese instante, la puerta del tercer bloque se abre. Elio me atrapa del brazo y tira de mí hacia dentro en el momento en el que el coche de policía aparece por la esquina.

Nos colocamos en el recodo de la escalera y desde ahí observamos medio escondidos la calle. La patrulla pasa a toda velocidad con la sirena puesta. Luego, el grupo de chicos, dos policías que corren tras ellos y que se detienen en el portal cuando intenta coger de la chaqueta a uno de los huidos. Luque me atrapa y lleva a la oscuridad antes de que ellos se giren y nos descubran.

Su pecho pegado a mi espalda, su respiración fuerte en mi oído; mis propios latidos retumbando con fuerza en mis sienes y mis pulmones intentando coger todo el aire que parece faltarles.

Permanecemos unos eternos minutos así, esperando a que las voces se pierdan en la distancia. Solo cuando percibo que la tensión del cuerpo de Elio se esfuma, me permito relajarme. Pero es entonces cuando me percato de dónde me tiene agarrada.

—¿Me estás tocando una teta?

Por respuesta, él la aprieta, como queriendo corroborar dónde tiene la mano. Me giro y lo enfrento. Tengo su rostro muy pegado, tanto que, aprecio a la perfección lo dilatadas que tiene las pupilas y cómo ese verde de sus iris ha quedado relegado a un segundo plano.

—No me he dado cuenta de ello. Solo te he atrapado y mi mano ha terminado ahí —se defiende. Su aliento me roza la punta de la nariz.

—Claro, y no había más sitios.

—¿Te salvo de los polis y encima me llevo la bronca?

—¡Que me has manoseado una teta!

—No te sientas tan especial, todo el mundo tiene tetas, yo también. Que las de mujer estén sexualizadas es culpa del patriarcado, no mía —reclama. Y su argumentación me pilla tan de sorpresa que me quedo sin palabras—. Además, no soy yo quien ha estado cotilleando el Instagram del otro.

Mierda.

—Llegué a él de casualidad —contrargumento.

Se pasa la lengua con lentitud por el labio superior y luego sonríe de medio lado.

—¿Y el me gusta a una foto de hace dos años? ¿Qué buscabas, Jimena?

Creído. Chulo. Pretencioso.

Y de verdad se pensará que tengo algún interés en él. Que, vale, guapo es y ahora que estoy agarrada de sus hombros puedo apreciar lo anchos que son y la forma en la que sus músculos se contraen bajo mis dedos, pero… Vuelve a pasarse la lengua por los labios, esta vez por el inferior. Trago saliva y noto un torbellino en la boca del estómago que me obliga a tomar aire.

—No buscaba nada, es solo que mi hermana llegó y me asusté y… ¿Y por qué tengo que darte ninguna justificación? ¿Y si simplemente me gustó la foto? ¿Qué?

Elio se inclina un poco más, su nariz roza peligrosamente la mía. El calor de mi estómago desciende peligrosamente hacia una parte mucho más baja de mi vientre y mis dedos cobran vida al clavarse en su cazadora de cuero. Quiero convencerme de que el ligero mareo que turba ahora mismo mi juicio está causado por el alcohol, que la corriente eléctrica que fluye entre nosotros no es más que fruto de la adrenalina, sin embargo, hay una parte de mí que me pide más, es esa parte la que me hace humedecerme los labios y observa con detenimiento el movimiento que hacen los ojos de Elio. Baja de mi mirada hasta mi boca, donde se detiene hasta que regresan a su punto inicial.

—Así que te gustó la foto —dice con voz ronca, grave, lenta. Una voz que me roza las mejillas y pone la piel de mi nuca de gallina.

—Buena composición, buen detalle de las gotas de… agua. —Me cuesta pronunciar la última palabra porque nos estamos acercando aun más.

Nuestras piernas están pegadas y ahora parte del torso de Luque se apoya contra el mío. Temo que pueda llegar a sentir mis pulsaciones y ese maldito remolino que me atrapa el interior y que me está dejando caer ante la gravedad que ejerce él sobre mí.

—Así que la composición… el detalle… —Estamos tan cerca que aprieto los dientes y trago saliva.

Quiero besarle.

Sé que no debería querer, pero sus gruesos labios brillan con el reflejo del par de rayos naranjas que se cuelan desde la calle y nunca antes en mi vida me había visto con tantas ganas de descubrir el sabor de otra persona y de saber cómo besará.

¿Agarrará la parte baja de mi nuca y me apretará contra él? ¿O por el contrario será un beso suave, lento? ¿Atrapará mi rostro o será de los que prefieren coger de la cintura y pegarte por completo a él? ¿Me apoyará contra la pared y subirá a su regazo o…???

—Podría llevarte un día a ver esa cala —propone y sus palabras juegan sucio en mi mente; porque nos imagino en esa agua cristalina, besándonos, dejando que el oleaje nos mueva a los brazos del otro.

Soy yo quien alza levemente el mentón y rozo de manera casi imperceptible sus labios. Los ojos de Elio se vuelven salvajes y veo en ellos el reflejo de mi propio deseo. La corriente que recorre esta burbuja en la que nos hemos sumido me atraviesa desde las puntas de los pies hasta la raíz de mi cabello.

Y entonces…

—¿¡Qué estáis haciendo!? —El grito me hace alejarme de Luque con un traspiés—. Nada de guarrear en el portal. ¡Voy a llamar a la policía!

—Joder —gruñe Elio, que vuelve a agarrarme de la mano y salimos disparados hacia la calle.

Vuelvo a seguirlo por Málaga, testigo de un oleaje mucho más intenso que el que jamás haya vivido la ciudad en su mar. Paramos a bastante distancia, nos falta el aliento y siento a mi cuerpo arder. Seguimos agarrados de la mano y, apoyados contra la fachada de un edificio. Observo la lazada que forman nuestros dedos y, al mirar a los ojos a Elio, decido soltarlo.

¿Hemos estado a punto de besarnos?

¿He estado a punto de besar a Luque?

Saco el teléfono de mi bolsillo y reviso los mensajes. Las chicas me avisan de que ellas están casi en sus casas y preguntan si he logrado escapar de la policía. Soy muy escueta y respondo con un «sí».

—Oye, de nada —señala Elio.

—No pienso darte las gracias —respondo borde mientras sigo con la mirada clavada en el móvil, abriendo la aplicación de mapas para poder ubicarme.

—¿Es por lo de la teta? Ya te he dicho que no ha sido queriendo.

Lo fulmino con la mirada. Él se gira para tener todo su cuerpo en mi dirección y se amasa con una mano los rizos. Los ojos me traicionan y me quedo contemplando sus labios. Sé que lo nota porque se muerde el inferior. Maldito.

—Mira, vamos a dejar el tema. Me voy a mi casa.

Doy un par de pasos hacia mi izquierda, buscando alejarme de él, de la estúpida corriente que abrasa la piel de mi mano. Entonces lo oigo caminar por detrás.

—¿Me estás siguiendo?

—Madrileña, no eres tan importante para mí —contesta. Arrugo un segundo la nariz, rabiosa—. Voy a mi casa, tal y como haces tú.

—Y tu casa está justo por aquí, ¿no?

—Pues resulta que sí.

Mantengo mi mirada hacia el frente, obviando el picor que atraviesa mi palma y que me pide volver a agarrarme a él. ¿Por qué no se aleja de mí? Necesito que se vaya.

Seguimos el camino, uno al lado del otro. Siempre que me atrevo a mirarlo, él se percata y me suelta una impertinente sonrisa que muestra todos sus dientes y que me pone de los nervios.

Estoy a un par de calles de mi casa, en el momento en el que Elio se desvía.

—¿A dónde vas?

—Te lo he dicho: a mi casa —replica con las manos en los bolsillos—. Espera un segundo… —Sonríe de medio lado, alzando el mentón y me lanza una mirada chulesca—. ¿Quieres que te acompañe a la tuya?

—¿¡Qué!? Yo no he dicho eso —ataco.

—No, pero es lo que quieres. Si no, el que me marche hubiese sido para ti un alivio.

Quiero reducirlo a cenizas cuando da ese paso que acorta de nuevo la distancia entre nosotros y compruebo que no me aparto de él como respuesta automática, sino que suspiro.

JODER. Suspiro cuando su perfume me envuelve.

—¿Quieres que te acompañe, Jimena? —repite.

El cosquilleo, el jodido cosquilleo en mis dedos que se quiere extender por todo mi cuerpo por su escrutinio.

—En tu cabecita a lo mejor me ves como a una damisela en apuros porque me has ayudado a escapar de la poli, pero no lo soy, Luque.

Él suelta una risa grave cuando digo su nombre.

—En ningún momento he pensado que seas una damisela en apuros.

—Ah, no… espera creo que dijiste algo así como que era una… «una arrogante presuntuosa que se cree por encima de los demás».

Aprovecha una leve carcajada que escapa ronca de su garganta, para inclinar su cuerpo. Yo clavo mis ojos en los de él. Sus pupilas no están tan dilatadas como en la oscuridad del portal, pero siguen siendo un sitio peligroso al que mirar, aunque mejor que sus labios. Lo que sea menos sus labios.

—Qué bien te acuerdas de lo que dije.

—Tengo buena memoria auditiva, en especial cuando un capullo decide meterse conmigo.

 

No puedo dejar de sonreír. Tiene las mejillas rojas, supongo que por el esfuerzo de haber estado corriendo, aunque a la parte más egocéntrica de mí, le gusta pensar que soy yo el causante de ese precioso color.

—Bueno, tú tampoco has sido amable conmigo, ¿verdad? Es más, creo recordar que fuiste tú la que empezó esta pequeña guerra.

Aprovecho para aproximarme otro poco a ella, incluso hasta doy un paso, de modo que solo nos separan unos pocos centímetros. Flases del roce de sus labios entrecruzan mi mente.

Sé que casi nos besamos. No soy gilipollas. Sé que ahora mismo está intentando mantener la mirada fija en la parte superior de mi rostro porque teme mirarme la boca. Uno tiene sus tablas.

—Sí, claro, no te digo... ¡La empezaste tú robándome el café! —Mi madrileña, siempre con la respuesta perfecta para todo.

—Creo recordar que fuiste tú acaparando al camarero.

Bufa. La determinación en sus ojos de no dejarse vencer me provoca.

—Mira, no voy a perder más el tiempo.

Se vuelve, dándome con su melena en la cara y dejándome comprobar que el champú que utiliza lleva fresas. Se aleja con paso rápido por un callejón a medio iluminar. Mis ojos descienden hasta el vaivén de su culo. Debería irme a casa, debería… pero sigue costándome a veces hacer lo que debo.

Echo a andar tras ella y no tardo en darle alcance. Su rostro me mira. Por un lado, veo la irritación; no obstante, ese brillo en sus ojos y la forma en la que su cuerpo, en vez de alejarse se acerca a mí, me están diciendo otra cosa.

—¿No te ibas a casa?

—Y voy a mi casa.

—Pero ahí atrás te has desviado para…

—Tomaré la paralela.

Frunce ligeramente el ceño, aunque no le dura mucho.

—¿De verdad me vas a acompañar? —inquiere con los ojos entrecerrados llenos de sospecha.

—No te creas tan importante, Jimena. —Sé que no he parado de repetir su nombre durante toda la noche, pero es que su gesto cambia por completo cuando lo hago y me gusta ver la reacción que causa en ella.

Rueda los ojos, pero no me replica. Andamos el uno al lado del otro y, por instantes, tengo la sensación de que conforme más se acerca a su casa, más pequeños y lentos son sus pasos.

Sus hombros se relajan del todo al acercarnos a un portal con el número dieciocho encima. Toma aire, cuadra los hombros y la veo mojar sus labios antes de hablarme. Me quedo un par de segundos con la vista fija en esas dos líneas de color amapola.

—Gracias —dice bajito. Es entonces cuando alzo la mirada.

—Ya te he dicho que no te estaba acompañando —replico. A pesar de que se me escapa una sonrisa.

—Bueno, pues entonces sigue tu camino hasta casa —contesta enfadada.

Saca las llaves del bolso, pero estas caen de su mano y soy más rápido que ella para agacharme. Aún en cuclillas se las cedo. Nuestras manos vuelven a tocarse. Me taladra la cabeza el hecho de que solo con el contacto de su mano, Jimena logre provocarme tantas cosas dentro.

—Gracias —repite y esta vez no me pasa desapercibido cómo sus dedos se deslizan por mi palma mientras coge las llaves.

Sus ojos castaños están casi negros, pero entonces algo la hace dar un paso atrás y abrir rápidamente para colarse dentro del bloque. Yo permanezco un segundo aún con la rodilla clavada en el suelo. Lanzo una última sonrisa al cielo y me levanto para deshacer parte de mi camino y, ahora sí, volver a mi casa.

 

***

 

—Elio, despierta.

Sea la hora que sea, es demasiado pronto. Logro abrir un ojo y me doy cuenta de que es mi padre.

—¿Sí? —contesto con la boca pastosa y un cansancio terrible.

—Si no te vistes ya vas a llegar tarde al voluntariado, vamos, hijo —me apremia él—. Si sabes trasnochar, sabes madrugar.

Mi padre y la manía de tirar de refranero español para llevar siempre la razón. Observo su cara y termina por sonreírme. Sus ojos verdes, tan parecidos a los míos, empequeñecen al hacerlo.

Me acabo dando una ducha rápida y vistiéndome de manera cómoda. En la cocina, me estoy sirviendo un café cuando escucho a Mateo canturrear por el pasillo y aparecer. Va cargado con la cámara y viene muy sonriente.

—Buenos días —saluda con un exceso de efusión.

—De verdad… eres odioso.

—No haber salido anoche —da por toda respuesta.

Le doy un sorbo al café y su olor me hace acordarme de Jimena. Termino sonriendo, porque ahora tengo el olor encadenado a ella. Recuerdo la noche de ayer y observo mi mano con detenimiento. Sé que es todo producto de mi imaginación, pero sigo sintiendo el calor de la de ella recorrerla, sus dedos entrelazados a los míos y el roce de las puntas de sus dedos cuando recogió las llaves de mi palma. Niego con la cabeza un par de veces. Ay… madrileña.

—Elio —me llama mi hermano y no sabe lo que le agradezco que me saque de mis pensamientos—, quería proponerte una cosa.

—¿Necesitas ayuda para una sesión?

—No, es… —Mateo duda y me doy cuenta de su nerviosismo—. ¿Recuerdas a la modelo rubia de la sesión de Mijas? —Asiento. Aunque no me gusta hacia dónde va todo esto—. Pues le propuse ir en un par de semanas a ver Nerja y Frigiliana. —Vuelvo a mover la cabeza de forma afirmativa. No entiendo qué tengo que ver yo en todo esto—. Y ella me dijo que estaría encantada y que… si podría venir su hermana.

Mateo se queda callado.

—¿Y qué pasa con eso? —Le doy otro trago al café, que me termina de despertar.

—Pues… Es que había pensado en que quizá tú también podrías venir con nosotros.

—¿No quieres a la hermana de llaverito? —inquiero con sorna.

—No es eso, es que pensé que le vendría bien conocerte.

—¿Queréis jugar a hacer de celestinas con nosotros? Mateo, que entre vosotros las cosas vayan más o menos bien no quiere decir que yo vaya a ver a su hermana y a quedar prendado de ella.

—Oh, venga, no es eso. Pero la chica tiene un año menos que tú y llevan poco tiempo asentadas en la ciudad. Tiene alguna amiga, pero a su hermana le ha parecido buen plan que te conociera.

—Eso es porque no le has contado mucho sobre mí —respondo con amargura.

—No seas bobo y no digas eso. —Mateo saca su lado de hermano mayor—. Eres un buen chico, Elio.

Lo miro. Es difícil decirle que no, pero la idea de estar de niñero con la hermana pequeña de la modelo para que no los interrumpa, me da rabia. Mateo se está pillando demasiado con esta chica, estoy viviendo la historia con Cintia de nuevo y ya sabemos cómo terminó aquello: con él con el corazón roto y meses de agonía.

—¿Qué me dices? ¿Vendrás con nosotros?